Hace apenas unos días vivimos una nueva edición del FORO ABECEB en Buenos Aires. Allí pusimos sobre la mesa un tema que ya dejó de ser tendencia para convertirse en realidad: el mundo está cambiando de forma acelerada, y la región, y Argentina en particular, tienen la oportunidad de ser actores centrales en la transición hacia un nuevo esquema de poder global.

Pero también debatimos algo igual de importante: el liderazgo que se necesita para anticipar esos cambios y transformarlos en negocios reales, en oportunidades concretas. “Liderar no es estar al frente, es inspirar a otros a crecer”, esa es la esencia, y es un concepto de Antonio Sola que suscribo.

En un país como el nuestro, donde convivimos con una combinación única de urgencias, capacidades y potencial, mirar el mundo con ojos propios es valioso, pero no alcanza. Necesitamos validar nuestra visión con perspectivas externas para evitar el riesgo de que lo que deseamos se confunda con lo que realmente es.

Marcos Prado Troyjo, ex presidente del banco de los BRICS, lo resume de manera contundente: “Hemos salido de un mundo intensivo en globalización para ingresar en otro intensivo en geopolítica”.

Esa transición redefine negocios, cadenas de suministro, acuerdos, alianzas. En este contexto se enmarca el repliegue de Estados Unidos hacia su hemisferio y la relevancia estratégica que adquiere su vínculo con nuestro país.

Para el ex presidente del Gobierno de España, José María Aznar, la jugada es evidente: “Estados Unidos probablemente está volviendo a los principios básicos de la Doctrina Monroe: América para los americanos, bajo su dirección”.

La pregunta que se abre es inevitable: ¿cómo se desplegará esta nueva etapa? ¿Estamos dispuestos a asumir ese acuerdo tácito? ¿Qué peso tendrá en la política argentina la necesidad de moderar la influencia de China?

Lo nuevo avanza más rápido que nunca. El reciente acuerdo comercial entre Argentina y Estados Unidos es una señal visible de esta velocidad.

La apertura y la integración al mundo no son una aspiración: son la reforma más relevante en curso. Y el año próximo ese camino se profundizará con más desregulación, cambios laborales, impositivos y reformas estructurales. El faro que nos guía es preciso: integración para ganar mercados, insertar a nuestras empresas en cadenas globales y atraer inversiones. Porque abrirse es competir. Y competir es decidir cómo queremos jugar.

Hoy partimos desde atrás: exportaciones que representan menos del 14% del PBI frente al 28% del promedio global, menos de diez acuerdos comerciales, costos logísticos elevados, bajo acceso al financiamiento, un ecosistema exportador pequeño y un país que hace años funciona desacoplado del mundo. Pero también es cierto que la evidencia es contundente: los países que más se integran son los que más crecen y se desarrollan.

La transición, sin embargo, nunca es lineal. Requiere que los beneficios superen a los costos, y que la sociedad sienta que el esfuerzo vale la pena.

Troyjo habla de la convivencia entre una macro geopolítica, que reordena el tablero global, y una micro geopolítica, que se vive todos los días en las empresas: modelos de pricing que se agotan, márgenes que se ajustan, decisiones estratégicas que obligan a repensarlo todo, a veces incluso el propio core del negocio.

En esta nueva etapa, la competitividad es una urgencia. Y no se logrará solo con esfuerzos individuales: hace falta una dinámica sistémica que los multiplique.

Las capacidades existen, pero después de décadas con incentivos distorsionados, la reacción automática muchas veces nos lleva en la dirección incorrecta. Y la resiliencia, tan valorada en nuestro ADN argentino, puede jugar en contra si la confundimos con permanecer donde estamos.

En los momentos de reconfiguración se multiplican emprendimientos de baja barrera de entrada —cafeterías, dietéticas, pequeños importadores-. Muchos funcionan y tienen éxito. Otros muchos se frustran. No por falta de talento, sino porque la competencia erosiona rápido la renta. En esos casos, la escala, la eficiencia y la espalda financiera definen ganadores.

El desafío que viene, para emprendedores y grandes empresas por igual, exige otra cosa: diferenciación real.

No se trata de copiar ni de inventar desde cero: se trata de encontrar un espacio vacío, con una audiencia que ya existe y combinar tecnologías, procesos y productos que nadie supo juntar antes.

Ahí aparece la verdadera innovación: ser los primeros en un mercado incipiente, donde la disposición a pagar es mucho mayor que los costos para atender esa necesidad. “Poder innovar la forma en que se hacen las cosas es tan importante como innovar en las cosas que se hacen”, dice con gran sabiduría Máximo Cavazzani, el fundador y CEO de Etermax.

El espíritu del momento es volver a emprender. Parece una paradoja, pero no lo es: cuanto más grande es una organización, más necesita recuperar la agilidad del emprendedor. La capacidad de detectar oportunidades, moverse rápido, repensar procesos, y sobre todo generar culturas donde innovar no sea la excepción, sino la regla.

Ese es, en definitiva, el mensaje que dejó esta edición del FORO ABECEB: en un mundo que se reordena, Argentina tiene una oportunidad estratégica. Pero competir para ganar exige abrirse, diferenciarse e innovar. Y ese camino, como siempre, empieza por las decisiones que tomamos hoy.