Antes de que Jair Bolsonaro se impusiera en la primera vuelta de la elección presidencial brasileña, la incertidumbre que rodeaba a Brasil era inmensa. Sin embargo, su riesgo soberano no lo reflejaba así: hoy oscila en 260 puntos, inferior al promedio emergente y 400 puntos menor al de la Argentina. ¿Es posible que esa distancia se acorte? La respuesta es contundente: a corto o mediano plazo, no. Las razones hay que buscarlas en la estructura de financiamiento que tienen ambos países, y en el tamaño de su propio mercado de capitales.

Brasil ha tenido históricamente un déficit fiscal crónico superior al de la Argentina. La estimación actual lo ubica en cerca de 8%, básicamente por el peso de su sistema de pensiones (Temer procuró modificarlo sin éxito y Bolsonaro ya avisó que si gana impulsará su propia reforma). Pero 95% de su financiamiento está cubierto por títulos en moneda doméstica. Eso implica que los bonos en dólares que sirven de referencia para calcular el riesgo tienen poco peso. Sí ayuda a que el sector privado pueda buscar fondeo externo sin cargar con el costo del soberano.

La Argentina no tiene esa chance. El mercado local es muy chico y por esa razón debe financiar su déficit fiscal con fondos externos. El problema adicional es que desde que desaparecieron las AFJP no tiene demanda para esos instrumentos y depende 100% del humor de los inversores internacionales. Hasta que no se recree un mercado local en pesos, o los inversores internos acepten poner sus ahorros en deuda en dólares, recreando una curva de tasas de mediano y largo plazo, esa vulnerabilidad seguirá siendo un obstáculo tanto para el Estado como para los propios privados.