

El hedor del agua en descomposición del pantano cercano invade Olba, el pueblo convertido en escenario de la acción de En la orilla (Anagrama), la nueva novela del autor valenciano Rafael Chirbes. Allí, Esteban, protagonista principal del relato, sufre su propia desintegración.
Es que la explosión de la burbuja especulativa de los inmuebles en 2009 y la construcción desmedida en la costa mediterránea le estalló en las manos, antes dedicadas a la organización del trabajo en la carpintería familiar que regenteaba. Con la crisis, sólo recibe facturas impagas de clientes, reclamos de los proveedores, empleados y del banco. El desahucio, esa palabra humillante para Esteban, está a la vuelta de la esquina.
Lo único que puede hacer es ocupar su tiempo en evocar recuerdos de su familia, compañeros de bar, amores y negocios fallidos.
Son recuerdos corrompidos por la edad, algunos sinuosos y otros espiralados, acerca de la vida de su padre ahora senil; de Leonor, su única mujer en la vida; de Francisco, Bernal y Pedrós, amigos con quien comparte además de recelos y envidas, partidas de naipes, tragos y los últimos ’duros’ que le quedan en la billetera. "En los pueblos pequeños se convive gracias a que se echan periódicas capas de olvido", dice Esteban.
Cada recuerdo y palabra evocada por Esteban, afilados en la pluma de Chirbes, se le clavan sobre el lomo al protagonista como banderillas a un toro cansado, que huele el final y entrega, cabizbajo y manso, la nuca para ser estoqueado por el torero.
En medio de la narración en primera persona irrumpen otras voces que dialogan y contraponen a los dichos de Esteban. Un coro compuesto por inmigrantes, ex empleados, amigos. Pero la crisis económica no afecta a todos por igual. Como dicen, el hilo se corta por lo más fino.
’En la orilla’ es una novela agria de depredadores y depredaciones, que reflexiona sobre la evolución del hombre y que desnuda la hipocresía de las clases burguesas españolas frente a la crisis, de la que se aprovechan para intentar sacar una tajada más de una torta que huele rancia.
La novela critica la industrialización de los alimentos y al consumo desmedido, que solo contribuye según el protagonista, a más inequidad: "Es que los vivos se nutren y engordan a costa de los muertos", sentencia Esteban desde el borde del marjal, ese pantano omnipresente en el relato que envuelve a los personajes, oculta intrigas y que el autor utiliza también para evidenciar la descomposición económica y social en la península.













