Cada año, 1.030 millones de toneladas de alimentos terminan en la basura en lugar de llegar a la mesa. Es decir, el 17% de los alimentos disponibles a nivel global se pierde en el último eslabón de la cadena: el consumo. Según la ONU, cada persona descarta en promedio 121 kilos de comida por año, y más de la mitad de ese volumen proviene de los hogares. Estas cifras no son solo estadísticas. Reflejan un sistema que produce de más, pero distribuye mal.
El impacto ambiental también es enorme. Entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero están asociadas a alimentos que nunca llegan a consumirse. Esto vuelve urgente revisar nuestros hábitos, pero también nuestras prioridades como sociedad.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cada año se desperdician 16 millones de toneladas de alimentos en Argentina. Eso equivale a casi un kilo por habitante por día, en un país donde una parte significativa de la población tiene dificultades para acceder a una alimentación adecuada, estos números deberían interpelarnos profundamente.
Frente a este problema global, desde Cheaf decidimos actuar. Creamos una solución concreta que conecta alimentos cercanos a su vencimiento con personas dispuestas a rescatarlos a menor precio. En solo tres países donde operamos, ya hemos evitado el desperdicio de más de 15 millones de litros de agua y 1.750 toneladas de GEI. Es una pequeña muestra del impacto que podemos lograr como sociedad cuando transformamos el descarte en oportunidad.
Y no somos la única respuesta posible. Existen múltiples iniciativas que apuntan a reducir el desperdicio desde distintos ángulos: bancos de alimentos, compostaje, producción regenerativa, consumo responsable. Todas son necesarias. Pero para que funcionen, necesitamos un cambio más profundo: una nueva cultura de consumo donde valoremos los recursos y repensemos nuestras decisiones cotidianas.
Combatir el desperdicio de alimentos no es solo una acción solidaria. Es una estrategia inteligente, una apuesta ética, una urgencia ambiental. Implica construir, entre todos, un sistema más justo, eficiente y sostenible.
Porque al final del día, lo que descartamos dice mucho sobre lo que valoramos. Repensar nuestros hábitos es también repensar qué tipo de sociedad queremos construir. Y si detrás de cada desperdicio hay una oportunidad, el verdadero desafío es no dejarla pasar.