Barack Obama hoy se juega su poder presidencial frente a Mitt Romney, un candidato republicano que es apenas más inteligente que George W. Bush. Como en Estados Unidos hay ciertas reglas inviolables, Obama ya sabe que sólo podrá permanecer otros cuatro años en la Casa Blanca. Ni un día más, ni un día menos. Así está dispuesto por la enmienda 22 de la constitución norteamericana, y nadie se atrevería en Washington a proponer su revocación por la voracidad de un entorno presidencial acostumbrado a sueldos imponentes y autos con chofer.
Durante años, los ex presidentes de los Estados Unidos sufrieron el síndrome del jarrón chino. Richard Nixon viajó a Pekín y se entrevistó con Mao Tse Tung. La reunión fue perfecta, y al final, el líder chino regaló a su poderoso invitado un delicado jarrón, que llegó sin problemas a Washington.
Nixon estaba feliz por su visita a China, y exigió que el jarrón ocupara un lugar privilegiado entre los adornos del Salón Oval. No hubo caso: el jarrón no encajaba en el estilo norteamericano, y empezó a saltar de despacho en despacho, hasta que un día fue arrumbado entre los regalos oficiales que se reciben todos los días en la Casa Blanca.
Para evitar el síndrome del jarrón chino, los ex presidentes de los Estados Unidos construyen su propia fundación y museo, que financian con aportes privados de los empresarios y las corporaciones que se beneficiaron con sus políticas de gobierno. Bill Clinton es líder en este mundo de sonrisas fáciles y honorarios de seis cifras. Una vez al año, en septiembre, convoca en Nueva York a las figuras más interesantes del Planeta, para compartir experiencias, discursos y la sensación de pertenecer al Club de los Poderosos.
El artículo 90 de la Constitución establece sólo dos mandatos consecutivos del Presidente de la Nación. No hay otra interpretación jurídica, y el único atajo posible para la re-re es a través de un pedido de necesidad de reforma, que implica manejar una mayoría especial en las dos cámaras del Congreso.
Desde su lógica de poder, Cristina Fernández de Kirchner enfrenta una encrucijada. Si decide forzar un tercer mandato, debe construir un frente político a base de concesiones, premios y acuerdos extrapartidarios. En cambio, si acepta las normas constitucionales, deberá entregar el mando y contar la cantidad de senadores, diputados, intendentes, concejales, gobernadores y ministros que saltarán desde las entrañas del kirchnerismo hasta la ambulancia electoral del futuro referente del Movimiento Nacional Justicialista.
No hubo mandatarios electos por el voto popular que usaran una fundación y un museo para recordar sus años en la Casa Rosada. Los actuales expresidentes, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, gastan su tiempo en los Tribunales para evitar una condena justa. Y está bien, no imagino otro lugar para exhibir sus respectivas conductas en Balcarce 50.
Cristina Fernández tiene pasión por la historia y el arte, y una fascinación perpetua por escribir su versión oficial de los hechos. Esta tendencia a transformar en actos ciertos su mirada de los acontecimientos, es un valor importantísimo para construir con eficacia su fundación y su museo. Se trata de imponer un discurso, organizar las visitas guiadas, firmar miles de fotos para regalar y evitar que la adrenalina del poder empuje una reforma constitucional que nos puede poner al borde del abismo político.
Juro que la Presidenta no se aburrirá. Tiene tanto para explicar que, una vez terminado su segundo mandato, saltará de avión en avión para contar sus ocho años en la Casa Rosada. Y podrá afirmar, sin que sea una mentira, que estuvo a la altura de George W. Bush, Ronald Reagan, John Fitzgerald Kennedy y Winston Churchill, que tienen sus museos y sus fundaciones para demostrar que jamás se equivocaron en el ejercicio del poder.
En definitiva, se trata de quedarse con la historia y el relato oficial.
Una tarea más ambiciosa que decidir el lugar definitivo de un jarrón chino.