Todos aquellos que tuvimos el placer de admirar la brillante ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, pudimos observar el fervor reinante entre los participantes y los espectadores presentes de los casi 200 países que se dieron cita en la máxima celebración deportiva.
También pudimos admirar la deslumbrante belleza y elegancia de la vestimenta con la cual muchas delegaciones buscaron destacar su presencia en el desfile inaugural. No faltaron los originales atavíos autóctonos de algunas jóvenes naciones africanas e islas del Pacífico, así como tampoco audaces diseños en los uniformes de Jamaica y Brasil, por citar los de de nuestro continente. Otros en cambio, eligieron continuar dentro de la senda de lo clásico, con algún toque de originalidad como en los casos de Italia, Finlandia y Uruguay.
Sin duda que era ésta una ocasión inmejorable para mostrar al mundo, el talento y la calidad de nuestros diseñadores. En cambio, vaya a saber por qué misteriosa razón, hemos preferido vestir a nuestros atletas con un anodino conjunto deportivo de entrecasa, parecido a los que se encuentran en cualquier mesa de saldos donde se liquidan los diseños pasados de moda junto con la mercadería rotulada como de segunda.
Ni siquiera tuvimos el atrevimiento de engalanar a nuestra abanderada con alguna de las prendas típicas que caracterizaron la gala y el vestir de nuestros antepasados y los pueblos originarios. Bien podríamos haber creado una versión moderna de la mano y el talento de nuestros jóvenes diseñadores, como hicieron por ejemplo, los representantes de Mongolia. Optamos en cambio, por dejar de lado nuestra historia para copiar un vulgar diseño proveniente de alguna factoría industrial trasnacional, ajeno a nuestras mejores tradiciones de sobriedad y elegancia.
Es en ocasiones como estas donde se advierte cuales son los pueblos que trabajan para posicionarse en un lugar de preeminencia en la mesa donde se discute y resuelve la construcción de un mundo nuevo, que ya se adivina como próximo entre nosotros. Es en oportunidades como estas, donde hay que saber mostrar todo lo bueno que se tiene, con la hidalguía y buena predisposición para la necesaria convivencia, como se practicaba en la antigua Grecia cuando disputas y rivalidades quedaban a un lado durante los días de los Juegos. Así parecen haberlo entendido y por eso dijeron presente junto a sus representantes, jefes de estado y personalidades del mundo entero que acompañaron el evento.
Dejamos pasar una oportunidad inmejorable. Podemos recuperarla si nos predisponemos a ello, porque tenemos a tiro Río de Janeiro 2016, cita a la que debemos concurrir luciendo lo mejor de lo nuestro, si queremos ser parte activa, respetada y escuchada, de un mundo que avanza a pasos cada vez más rápidos hacia una integración de culturas, comercio y compromiso político con el futuro de la humanidad.