Un legado de Benedicto XVI

En medio de la crisis financiera y económica por la que el mundo empezó a transitar hace casi un lustro, no pocas voces diagnosticaron una crisis moral. Codicia, engaño, mentira, egoísmo exacerbado y avaricia han antecedido desajustes que debilitaron la arquitectura financiera internacional.
En ese mismo momento (de reclamo de liderazgo ético), la Iglesia Católica tenía en el trono de Pedro al principal crítico del relativismo moral: Benedicto XVI. Él es el que en un acto revolucionario (mas aún que haber elegido un papa polaco en plena guerra fría) acaba de abdicar, en una acción que a quien escribe estas líneas le sugiere una analogía con las enseñanzas de aquel de quien ha sido Vicario (Jesús), que después de advertir a su Madre que hizo nuevas todas las cosas, aceptó la Cruz para cargar con las faltas de muchos (¿acaso no se lleva Joseph Ratzinger cargadas con él y explícitas muchas faltas de tantos con su dimisión, al punto de dejar a quienes deciden su sucesión una agenda claramente condicionada por ese hecho?).
Benedicto XVI tuvo numerosas originalidades. Una de ellas es que fue un Papa que se esforzó mucho para vincular la fe y la razón, hasta aseverar que el triunfo de la razón sobre la irracionalidad es también el objetivo de la fe cristiana. Y es en ello donde probablemente deja un profuso legado a los hombres de negocios y de la política.
En medio de ese relativismo moral que critica (tan oportunamente como la crítica al comunismo de su antecesor), ha enseñado que no se trata de creer en algo sino, además, de hacerlo. Escribió en su Encíclica Spe Salvi que el mensaje cristiano no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber sino una comunicación que comporta hechos y cambio de vida. El cristianismo, como dice en su libro Jesús de Nazareth, no es informativo ni formativo sino preformativo (dirigido a cambiar la acción). Y enseña que si el progreso técnico no se acompaña en la formación ética del hombre, no se verá progreso sino una amenaza para el hombre.
He aquí un hecho impactante. No se trata sólo de estar tranquilos con nuestra conciencia, sino de saber que fuera de las normas éticas, habrá fracasos.
La debilidad de las normas positivas en un mundo global en el que los estados nacionales y sus estructuras jurídicas se debilitan, lleva al ser humano, cada vez más mundial, a ajustar desvíos en un orden mas espontáneo que decretado. Expuso el Papa en Des Caritas Est que la Iglesia argumenta desde la razón y el derecho natural (mas necesario que nunca en plena globalidad) pero advirtió que no es su rol hacer valer políticamente esta doctrina sino el de servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezcan las exigencias de justicia, aseverado que es la argumentación racional que despierta fuerzas espirituales la que permitirá esa justicia que de otro modo no puede afirmarse ni prosperar
¿No es eso lo que la crisis internacional aún no superada reclama? Más allá de valores, ¿no es eso lo que hará que evitemos el fracaso?
Citando a Pablo VI, aseguró en Cáritas in Veritate que todo hombre está llamado a promover su propio progreso, pero advirtió que considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico o, por el contrario, oponerse a él soñando con la utopía del regreso al estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y por tanto de nuestra responsabilidad.
Lejos de toda elucubración exclusivamente metafísica y metido en lo que nos pasa día a día, llega a plantear (también en Cáritas in Veritate) que la ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le de un sentido, tanto en el modo de adquirirla como en el de utilizarla.
La globalización reclama ahora nuevos parámetros de convivencia. Benedicto deja vivos los del ético respeto profundo por nuestro prójimo. Nosotros podremos recordar que por los frutos los conocereis.
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