Todo empezó en 2005, cuando Catalina Hornos, en ese momento estudiante de psicología, le quedó sonando en su cabeza una frase que le dijeron en Añatuya, Santiago del Estero, cuando fue a ser una práctica profesional: "No necesitamos gente que venga por unos días, necesitamos gente que se quede". Y ella no se quedó solo con lo que le dijeron, sino que escuchó y actuó. Al año siguiente se instaló en esa ciudad que es sinónimo de pobreza y desnutrición.
Diez y siete años después, uno de sus 10 hijos -tres de ellos son biológicos-, Celina de 23 años se recibe de Trabajadora Social. Catalina y Jorge, su marido, adoptaron a Celina cuando tenía 13 y estaba trabajando de empleada doméstica y luego la trajo a ella y a sus hermanos a vivir a Buenos Aires. Pero no todo fue un cuento de hadas. "Para ellos fue duro. Les costó mucho el cambio. Eran buenos alumnos y pasaron a ser malos alumnos por el cambio de colegio. Pero cada año se van acomodando. Y Celina me dijo que sabía que le iba a costar mucho pero que era lo mejor para ellos", cuenta Catalina con orgullo.
Este es solo uno de las historias que la fundadora de la ya conocida organización Haciendo Camino puede contar, y ésta en primera persona. Pero son muchos los niños, las niñas y sus madres a los que Haciendo Camino les cambió la vida.
En charla con El Cronista, Catalina Hornos, desde Añatuya donde ahora viaja varias veces al año habla de todo: de la pobreza, de mirar al otro y entender su realidad. Desde que vive en Buenos Aires, la referentes social, además de liderar Haciendo Camino, sale todos los lunes a dar de comer a la gente de la calle. "Tuvimos que aumentar la comida por la cantidad de gente que vive en la calle", cuenta Catalina que se sincera y explica "darme un gusto me cuesta mucho porque pienso en toda la gente que no tiene para comer".
Sin embargo, aclara que no hay que sentir culpa, simplemente hacer lo que cada uno puede. "Lograr contagiar, ese es el camino. Cuanta más gente podamos sumar más podemos ayudar", dice.
-¿Es verdad que lo que hacemos para ayuda muchas veces no sirve?
-Eso lo veo muchísimo, el que viene de afuera creyendo que sabe lo que el otro necesita. Para entender lo que el otro necesita tenés que vivir lo que él está viviendo. En Haciendo Camino es algo que lo tenemos muy claro. Si querés ayudar en esta problemática tenés que estar inserto en esta realidad. Y desde ese lugar surgió mi deseo de quedarme y me quedé esos seis años. Y también desde ese lugar todos los equipos que trabajan en Haciendo Camino son locales. Hay médicos que si van y vienen pero el equipo que trabaja todos los días con las familias vive ahí.
-¿También por eso existen tantos prejuicios?
-Totalmente. Hay muchos prejuicios de por qué la gente tiene tantos hijos... Si no estás en el lugar no los entendés. Me pasó un vez una madre que nos vino a decir que en su casa tenía mucha vinchuca. Entonces le hicimos análisis de sangre a la bebita y le da negativo. Y la madre estaba desilusionada porque si le daba positivo cobraba una pensión. Y esa plata le da de comer a todos sus hijos y para ellos esa enfermedad es de muy largo plazo. El pobre piensa en hoy, en mañana, en que van a comer.
-¿Nunca perdiste las esperanzas y pensaste no sirve de nada lo que hago?
-Sí, me desesperanza mucho cuando muere uno de los chicos. La muerte, cuando ya es irreversible me angustia mucho. Pero, en general, entiendo que aunque no cambiemos la realidad, sí creo y veo que cambiamos mucho la vida cotidiana de las familias que acompañamos. Y eso le da sentido a nuestro trabajo. Si mi objetivo fuera cambiar Añatuya ya me hubiera vuelto.
Con esto de la repartida de la comida me pasó una situación: un día le pido a un chico que me ayude a bajar las cosas. El chiquito iba con todo: las bandejas, cuatro panes y el postre y se le cae un pan, en la mitad de Florida. Pasaron tres personas, el chiquito les pidió si le levantaban el pan y ninguna giró la cabeza. La gente no quiere girar la cabeza. No los quiere ver. Y esa es mi preocupación con mis hijos, que giren la cabeza, que vean la otra realidad y que entiendan que si hay algo que uno puede hacer lo tiene que hacer porque tuvimos la suerte de nacer en otra realidad.
-¿Crees que la Argentina en tiempos de crisis se vuelve más solidaria?
-Desde lo material somos solidarios y se puede ver claramente cuando hay un incendio o una inundación. Pero nos falta eso del encuentro, de mirar al otro a la cara, de escuchar su historia, de dedicarle un poquito de tiempo que es lo que hace la diferencia. Cuando conocés la historia del otro es más difícil no comprometerte.
-No sé si está muy metida en la coyuntura, ¿te da bronca la corrupción, la injusticia?
-Sí, me da mucha bronca. Y me da mucha bronca también la inoperancia. Y también tiene que ver con no conocer la realidad, no involucrarse. Si no conocés el dolor del otro, no te duele. Y, a veces los políticos y están muy alejados de la realidad. Nunca estuve en política ni creo que podría ser buena en eso porque me gusta el caso a caso, la mirada global no es lo mío. Si tengo el sueño de trabajar mancomunadamente con el gobierno de Santiago y de Chaco, poder hacer un plan grande. Con el alcance de ellos y nuestro conocimiento podemos hacer tanto.
-¿De qué depende que abran un nuevo centro?
-Cuando vamos a un paraje hacemos un relevamiento nutricional de los niños de entre 0 y 5 años y ahí vemos la foto de cómo está la nutrición del lugar. Si hay desnutrición, familias de mucho riesgo social salimos a buscar quien nos apoye, una empresa o padrinos particulares que sostengan el tratamiento de cada chico. Hoy tenemos cerca de 2800 padrinos, y son fundamentales porque si baja uno no perdés el equilibrio. Con una empresa podés abrir un centro, comprar equipamiento, esa una ayuda puntual. Pero para el mantenimiento de la pensión necesitás el padrino.
-¿En momentos de crisis cuesta conseguir padrinos?
-Sí, muchos se dan de baja. En la pandemia nos pasó mucho eso. y ahora estamos tratando de remontar. Si la gente tiene que recortar gastos empieza por sus donaciones. Pero si hay problemas económico para el que tiene, imaginate para el que no tiene. Cuando más ayuda necesitás es cuando menos tenés.
-¿Es un monto fijo mensual?
-Sí, hay un monto sugerido -$1800, un mes de tratamiento Integral para un niño/a; $ 900, un mes de leche para un niño- pero se pude donar cualquier monto, lo que importa es que sea fijo. Cuando sé que cuento con un monto todos los meses puedo incorporar chicos al tratamiento. En Añatuya hay lista de espera para chicos en riesgo. Los que son desnutridos entran igual.
-Vos contaste que muchas madres que pasan por el tratamiento se convierten en referentes y ya no se depende solo del centro...
-Sí. Hay un indicador que para mí es uno de los mejores. Nosotros hacemos un seguimiento anual de los chicos recuperados y cuando lo hacemos también controlamos a los hermanos menores. Esos hermanos, en el 99% de los casos no son desnutridos. Y además tenemos ese rol de referentes que son madres y hacen visitas y seguimiento a las familias de su barrio.