En un contexto donde la eficiencia energética se vuelve crucial para el bolsillo de los argentinos, un grupo de electrodomésticos en particular es señalado como un verdadero devorador de electricidad: los aires acondicionados antiguos.

En equipo de estos, fabricado hace más de quince años, puede llegar a consumir hasta cuatro veces la energía requerida por un lavarropas moderno de clase A. Esta comparación deja al descubierto la magnitud de la diferencia en eficiencia entre tecnologías más recientes y las predecesoras.

La principal causa de este elevado consumo en los sistemas de climatización antiguos radica en su tecnología. Estos equipos no incorporan sistemas inverter ni compresores de alta eficiencia que modulen su potencia de acuerdo con las necesidades de refrigeración, lo que resulta en un funcionamiento constante a máxima capacidad y, consecuentemente, un mayor gasto energético.

El mantenimiento deficiente también contribuye al problema. Filtros saturados, unidades exteriores con obstrucciones y pérdidas de refrigerante pueden mermar drásticamente la capacidad de enfriamiento del aparato. Esto obliga al equipo a operar por períodos más prolongados y con mayor intensidad, incrementando su demanda de electricidad.

Así, la etiqueta de eficiencia energética, presente en los equipos más recientes, constituye una herramienta esencial para los consumidores. Una clasificación alta (A, A+ o superior) no solo indica una mayor capacidad de refrigeración, sino que también garantiza un uso optimizado de la electricidad, garantizando ahorros sustanciales a largo plazo frente a modelos sin esta certificación.

Más allá de las características técnicas de cada aparato, factores externos como un aislamiento deficiente del espacio, la exposición directa a la radiación solar o la configuración de temperaturas excesivamente bajas imponen una carga adicional al equipo. Cada uno de estos elementos fuerza al sistema a un esfuerzo mayor, repercutiendo en el consumo.

La gestión "consciente" del aire acondicionado en el ámbito doméstico también incide directamente en el volumen total de energía consumida. Expertos en la materia sugieren establecer la temperatura entre los 24 y 26 °C, una práctica que previene la sobrecarga del equipo, restringe el consumo innecesario y favorece la eficiencia energética general.

Asimismo, en jornadas de clima templado, la implementación de estrategias como la ventilación cruzada a través de ventanas, el uso estratégico de cortinas o la operación de ventiladores de techo puede contribuir significativamente a la contención del gasto eléctrico.

Si bien la inversión inicial en un aire acondicionado moderno puede ser significativa, a la larga se traduce en una reducción notable de la factura eléctrica. A largo plazo, el costo operativo asociado a un equipo obsoleto supera los beneficios de su mantenimiento, lo que justifica la consideración de su reemplazo.

Por eso, quienes tengan la oportunidad deben pensar en renovar estos equipos. Cambiarlos por modelos más recientes y eficientes no solo contribuye a un mejor confort y una optimización de los gastos, sino que también apoya la gestión energética sostenible y reduce la huella de carbono doméstica.