

Días pasados, en un programa de almuerzos de larga trayectoria televisiva, surgió una discusión en pos de encontrarle el cauce a uno de los mayores reclamos actuales de la opinión pública: la inseguridad que, según un sondeo propio, para el 75% de los encuestados es el primer reclamo de la lista. Ante el argumento ideológico de uno de los comensales sobre las causas de este flagelo, la reconocida conductora le espetó: “No politicemos el tema .
¿Por qué no politizar? Quizás sea el momento de que la política recobre su “buena prensa . Es, más que nunca, imperioso dar una respuesta política real a este y otros tantos reclamos de la sociedad. En las puertas del Bicentenario, además de los “fondos y de los actos conmemorativos, quizás sea momento de volver a aquellos valores políticos que pregonaran San Martín, Alberdi o Palacios. Es necesario volver a las fuentes, a esos modelos que llevaron al país a un lugar muy diferente del que vemos hoy en los medios de comunicación, como así también al que escapa de su mirada.
En este juego en el que estamos inmersos los medios, la política y la opinión pública, los tiempos y el formato para presentar diferentes contenidos responden a una lógica: la del lenguaje audiovisual. En la era del “homo videns pensar en comunicar una política de seguridad, de educación o de salud es pensar en un formato de “epígrafe , en una extensión de 140 caracteres, en decir en una frase toda una política que, si es seria y comprometida con su objetivo, conlleva meses y meses de trabajo.
Ahora bien, el interrogante planteado -sin respuesta por el autor- no está direccionado a criticar a los medios y a su forma de presentar la realidad. El problema no es cómo comunicamos una gestión de gobierno sino qué comunicamos. Es un problema de contenido y no de forma. Aunque en estos tiempos las formas juegan un partido aparte.
En uno de los diferentes trabajos de investigación que realizamos en Ipsos Mora y Araujo sobre la coyuntura política y social de nuestro país, nos encontramos con un dato que, al menos, despertó el interés periodístico. La mirada de algunos medios de comunicación estuvo centrada en mostrar que la imagen que la opinión pública nacional tiene en la actualidad de los dirigentes políticos es más negativa que positiva. No hay referente político que escape a esta triste fotografía -si se permite la comparación- de la realidad. Esto incluye a los máximos referentes de la oposición. El 40% de opinión pública -si sumamos los que contestan “ninguno y “no sabe , “no responde - no encuentra liderazgo fuerte que pueda representarla. Si lo comparamos con otra de las preguntas sobre cómo influye en el país la clase dirigente como grupo social, la respuesta es negativa. Este grupo, que supo enamorar a la sociedad en el año ‘83, otorgándole más del 90% de valoración positiva, es el que debe entender que la solución está en darnos más y mejor política. Con las herramientas comunicacionales de hoy y los ideales y convicciones del ayer.











