Convirtiendo la basura en energía se resuelven simultámente dos problemas: se impide que los desperdicios lleguen a los vertederos de basura; y reduce las emanaciones de gas invernadero porque evita la necesidad de quemar combustibles fósiles para producir energía. Y tiene una ventaja adicional: brinda un flujo relativamente barato de combustible para los proveedores de energía.

Sin embargo, los ecologistas con frecuencia se han opuesto a esta forma de re-utilización de los desperdicios. Centran sus objetivos en la incineración de basura, que según ellos, produce toxinas peligrosas. Un nuevo argumento es que al utilizar la basura para generar combustible desalienta el reciclado de materiales que podrían recuperarse en forma rentable.

Las formas modernas de convertir los desechos en energía reducen estas preocupaciones considerablemente. Las compañías que convierten la basura en energía ahora son expertas en separar los materiales reciclables del flujo de desechos. En Gran Bretaña, la quema de basura representó una cuarta parte de toda la energía renovable producida en 2004, de acuerdo con cifras del gobierno.

Pero además hay otros métodos para convertir la basura en energía, que evitan algunos de los problemas de la incineración directa. Por ejemplo, la gasificación de plasma es un proceso que transforma en combustible (syngas, por “gas sintético ) aquellos materiales de los desperdicios sólidos municipales que contienen carbón. Ese combustible se puede quemar en turbinas para generar electricidad en forma muy parecida al gas natural. El proceso, que utiliza temperaturas muy elevadas, también produce un sedimento inerte que se puede emplear en la construcción.

Hay un proyecto en marcha en La Florida, para construir una planta capaz de convertir 3.000 toneladas de basura diarias en gas, lo que generaría cerca de 120MW de electricidad. La planta consumirá un tercio de la electricidad que genera.

Shaw Industries, una compañía de Berkshire Hathaway con oficinas centrales en Estados Unidos, está ahorrando u$s 2,5 millones al año convirtiendo los desechos derivados de la fabricación de alfombras y productos de madera en energía. Los ingenieros de la planta dicen que el proceso es confiable, desde el punto de vista ambiental, porque emite más o menos la misma cantidad de contaminante que el gas natural. En el proceso se calientan los desperdicios hasta producir gas sintético y una pequeña cantidad de ceniza en un gasificador. El gas y la ceniza se pasan por dos procesos de control de la contaminación, antes de ser canalizados a la fábrica, donde se puede quemar de la misma manera que el gas natural. Cada año la planta convierte cerca de 16.000 toneladas de desperdicios de alfombras y 6.000 de sobras de madera.

Otro método eficaz para transformar desperdicios en energía es recoger los desechos de petróleo para convertirlos en biodiesel, un combustible para vehículos. Argent Energy, una compañía británica de biocombustibles, utiliza desperdicios de aceite vegetal, o de grasa animal, provenientes procesadoras de alimentos, y los refina en un producto apropiado para motores diesel.

Se espera que el mercado de la Unión Europea para los combustibles diesel se incremente cuando los reguladores ordenen que en los estados miembro más de 5% del combustible para vehículos sea producido a partir de plantas o de desperdicios. Con esto se intenta reducir las emisiones del transporte, mientras las plantas toman el dióxido de carbono de la atmósfera en su crecimiento

Uno de los beneficios de convertir los desperdicios en energía es que se evitan los basureros y vertederos. Pero una vez que la basura se lleva a estos lugares, todavía se puede emplear como combustible si se colocan sistemas de recuperación de gas. Hay varias compañías especializadas en recuperar el metano que genera la basura en descomposición, y lo usan para mover turbinas de electricidad, y producir calor para las edificaciones locales. Esto tiene una ventaja doble: además de re-utilizar el gas como combustible, evita que el metano llegue a la atmósfera, donde actuaría como un gas de invernadero 20 veces más fuerte que el dióxido de carbono.