Una tal Adriana, que me contactó por Facebook, me mandó unas preguntas que su amiga Daniela tenía que responder para una investigación que está haciendo en su carrera de periodista. No conozco a ninguna de ellas, pero me gustó prestarme al intercambio libre de los tiempos e intentar responderlas porque me obligaban a explicar (y por lo tanto entender bien) cosas interesantes. ¿El tema? Las relaciones entre las personas en la gran Ciudad, la tolerancia y la intolerancia en el trato cotidiano. Un tema que está en el fondo de nuestra visión del mundo, a mi juicio no del todo bien pensado.

Estas son las preguntas y mis respuestas.

- En la calle, ¿notas que la gente pasa empujando a otros, como si no los vieran?

No, la verdad que no, lo que sí a veces me pasa de tener que empujar un poco porque hay gente que va muy lentamente o porque no se da cuenta de que camina por el medio y no deja pasar.

Más allá del chiste, que no sé si lo es tanto, está la idea de que en la calle coexisten todos los ritmos, y que eso genera lógicamente un poco de roce. Pero creo que el roce es mínimo, es decir, que la sociedad humana funciona bastante bien en el trato cotidiano callejero.

Tengamos en cuenta que somos muchos, realmente muchos, viviendo en un espacio bastante limitado, y que más allá de los lógicos accidentes, no somos una sociedad especialmente maleducada.

Además, cada uno trata a los demás como le gusta tratarlos, y hay muchos tipos de personas. Pero a muchas nos gusta tratarnos bien. A la mayoría. En general es muy raro ver una pelea en la calle, lo que quiere decir que el extraño experimento de ser millones cohabitando en un espacio relativamente reducido sale bastante bien.

- ¿Cuándo crees que comenzó esa actitud?

Es que ya dije que no veo esa actitud. Pero por la pregunta entiendo que quien la formula siente que la sociedad se ha puesto más violenta. No estoy seguro de que la caracterización sea correcta, también se puso más libre, más tolerante, más sensual, etc. Estamos demasiado acostumbrados a pensar que la sociedad tiene siempre cambios negativos, pero esa visión es más una consecuencia de nuestro temor que una mirada objetiva.

El talante tolerante de nuestro mundo es cada vez más marcado: hoy aceptamos un nivel de diferencia mucho mayor y eso permite que las personas desarrollen su aventura existencial de manera más plena. ¿Un ejemplo? La aparición de los travestis en la vida pública, sin que causen escándalo ni rechazo, sino cierta sorpresa y curiosidad. Si dudás de este punto, recordá que Florencia de la V es una personalidad de las más queridas en el espectáculo popular.

- ¿A qué le atribuís esa situación?

El que alguien pueda sentir que la Ciudad tiene una costumbre de mal trato lo entiendo como originado por una de dos cosas: o se trata de alguien un poco caído, que siente que las cosas le pasan por encima (hay edades en las que todos sentimos eso), o bien que se trata de una persona habituada a una ciudad más chica, en la que lógicamente el ritmo cotidiano es distinto. Pero no suscribo a la idea de que esta sea una ciudad áspera de vivir.

Muchas de las perspectivas críticas y desencantadas que se le dirigen a nuestro mundo están originadas en cierta depresión de la persona que opina, y de esa forma se generan visiones que cobran notoriedad sin ser en realidad adecuadas. Hay un miedo compartido que se cultiva como si fuera algo parecido a la sabiduría y la sensatez, pero no debemos dejarnos engañar fácilmente. La realidad es más vital y está más encaminada de lo que solemos creer.

- ¿Te definirías como una persona tolerante?

Más o menos. Normal. Soy tolerante en el sentido en que soy amable, tiendo a tratar muy bien a los que me rodean o a las personas con las que cruzo en la calle o en mi trabajo, me sale así, pero al mismo tiempo hay momentos en los que me represento ejerciendo una violencia imaginaria sobre personas que me rodean, o personas del orden público, es decir, políticos, personas de los medios, etc.

No actúo, claro, porque sería un loco y me matarían a patadas, pero imagino agarrar del pelo a alguien que tarda demasiado en la caja y tirarlo al piso, o increpar a alguien que tira un papel en la calle o trata mal a un chico, etc. Cuando viajo en subte y me toca ir parado me imagino agarrando a alguien y sacándolo de su lugar para sentarme yo, cosas de ese tipo.

Y además, creo que tengo razón en las cosas que digo, y si bien entiendo que hay que aceptar y disfrutar la diferencia, también me irrito cuando percibo ciertas opiniones que me parecen especialmente cretinas.

Pero no hay que asustarse de estos sentimientos, me parece que en la medida en que uno los reconozca como propios puede también dejarlos de lado y no hacerlos realidad, mientras que si uno los niega terminan abriéndose paso y es peor.

O sea: creo que soy normal, que todos somos más o menos así, que hay algunos un poco más violentos, y otros un poco más tranquilos, pero me parece que -como dije- el promedio es bastante bueno. El ideal de tolerancia no tiene que hacernos creer que podemos ser buenos todo el tiempo, me parece que hay que entender que la persona normal, como dice mi hijo de seis años, es ‘un poco buena y un poco mala’. Creo que esta idea es la que ayuda a que nadie sea tremendamente malo, es decir, intolerante al punto de intentar eliminar las diferencias que no le gustan.