

Pese a que pueden verse camiones varados cerca de los puertos en los momentos pico del año y algún barrio municipal no puede inaugurarse porque se hicieron casas sin servicios sanitarios, la Argentina ostenta hoy la mayor productividad del capital de las últimas décadas. Aquellos casos (camiones y barrios) de recursos improductivos son una excepción y no la regla en la economía de hoy. El Producto Interno Bruto de la Argentina en 2006 será una cifra cercana a los 330.000 millones de pesos (constantes de 1993), un valor agregado generado a partir de un stock de capital estimado en el orden de los 910.000 millones de pesos. Así se tiene que se necesitan 2,75 unidades de capital por cada punto de PIB, un ratio que denota una notable productividad de las máquinas, las construcciones y la infraestructura instaladas en el país. Si el capital tuviera, en cambio, la productividad promedio de los últimos años (3,1 a 1), entonces el valor agregado por la economía habría alcanzado en 2006 sólo a 294.000 millones de pesos (constantes de 1993). La diferencia de 294 a 330.000 millones de pesos (constantes de 1993) puede explicarse por la mayor productividad del capital que, de ese modo, estaría mejorando en 12,2% los números del PIB de este año. En realidad este es una tendencia gradual, que no puede asignarse a un período tan acotado, pero el guarismo sirve para ilustrar la importancia del fenómeno.
La principal inferencia de este récord es que, para evitar un estancamiento económico en el futuro, los gobiernos deberán velar por la sustentabilidad de este ajustado ratio entre capital y PIB. Todo lo que afecte la productividad del capital invertido será malo para la trayectoria de la economía. No es un slogan para vociferar en un acto de campaña electoral, pero de no ser respetado hará improbable el cumplimiento del resto de las consignas, más “políticamente correctas .
¿Qué hay detrás del récord en la productividad del capital?
El primer y más evidente de los factores es el hecho que la gran mayoría de los sectores están aprovechando al máximo su capacidad instalada (lo que más atenta contra la productividad del capital es tener plantas ociosas). Lo interesante es que esta tendencia no es solo fruto de la pujante demanda interna, sino también de la sostenida demanda externa de productos locales que, a su vez, indica que la mayoría de las inversiones preexistentes estuvieron bien decididas por el sector privado (en los ‘70 y ‘80 era común encontrar alta capacidad ociosa porque los productos a elaborar no eran apropiados para el mercado externo). Sin embargo, en el caso energético, el alto grado de utilización de la capacidad se traduce en riesgos de escasez o interrupción, si es que algún imprevisto afectara la generación o la transmisión.
Otro factor explicativo es la gran liquidez con la que se encontraron las empresas a partir de 2003, lo que permite rápidas decisiones para anticiparse a cuellos de botella, agregando módulos al establecimiento. Como a su vez los bienes de capital se encarecieron significativamente con la devaluación, esto obligó a una selección cuidadosa de las nuevas inversiones (acompañando la demanda), fenómeno que refuerza la mejoría en la productividad del capital.
También la mayor productividad del capital tiene que ver, muy probablemente, con la oleada de la tecnología de la información, que en los países desarrollados registró un boom en la segunda mitad de los ‘90 pero aquí se diseminó con algún rezago. Por ejemplo, las conexiones a internet con banda ancha contratadas por empresas pasaron de 33.000 en 2001 a 133.000 en la actualidad.
Otro elemento positivo a computar ha sido el desarrollo de innovaciones ahorradoras de capital, como es el caso de la siembra directa, que permite a los chacareros aprovechar mejor las hectáreas (el rastrojo preserva la humedad y enriquece el suelo), se saltea el paso de la arada para sembrar y utiliza avances genéticos en forma intensiva. Obviamente las innovaciones con impacto en la productividad del capital no se limitan a la siembra directa, pero este es un caso emblemático y refleja la actitud empresarial en una economía que se abrió al mundo en un proceso acelerado (que lo hizo más polémico) y con un peso que se comenzó a apreciar excesivamente a partir de 1998/99.
¿Puede mantenerse la elevada productividad del capital?
El agotamiento de capacidad ociosa es una primera señal de que, de aquí en mas, mantener la productividad del capital en estos niveles no será una tarea sencilla. Pero debe intentarse en aras de la sostenibilidad del escenario de crecimiento.
En este sentido, conviene releer el libro “La productividad del capital en la Argentina , del fallecido economista Carlos Givogri que, analizando la baja productividad del capital durante la década del ‘80, puso el acento en la distorsión de los precios relativos como el principal factor que explicaba los casos extremos, de falta de inversión en ciertos sectores y exceso de capacidad en otros.
Si bien la situación no es comparable, la recomendación de no alejarse del set de precios internacionales es un tema relevante para la Argentina si es que pretende que la nueva inversión sea altamente productiva. Adicionalmente, la máxima sinergia entre inversión pública y privada, junto a la innovación y la promoción del trabajo cada vez más calificado, permitirían perforar nuevos récords.










