

¿Cuándo se jodió el Perú?, se pregunta Mario Vargas Llosa en el primer párrafo de “Conversación en la catedral , la novela que él mismo elegiría para salvar del fuego en caso de tener que optar por uno solo de sus libros. “¿En qué momento se había jodido el Perú? se pregunta Zavalita, Santiago Zavala, el redactor de editoriales del diario La Crónica de Lima en ese mismo comienzo, pocas líneas antes de reconocer que él mismo era como el Perú, que se había jodido en algún momento. Esa pregunta –que puede hacerse cualquier argentino en su calidad de habitante de un país que alguna vez se jodió– es ineludible para entender al hombre que ayer, a las siete menos cuarto de la mañana neoyorquina, recibió un llamado desde Suecia con el anuncio que esperó por décadas: usted se ha ganado el Premio Nobel de Literatura.
Para decepción de quienes ayer celebraron “al escritor y le pusieron asteriscos a sus festejos por las posiciones “de derecha del “analista político , Vargas Llosa es una sola persona: su literatura es política. En sus libros, si se jode el Perú, se joden los peruanos. Es política su crítica a la semiaristocracia limeña de “La ciudad y los perros –la juvenilla que convirtió en su primera novela, publicada en 1963–; es política la sátira sobre la inteligencia del Ejército peruano que padece Pantita, el protagonista de “Pantaleón y las visitadoras (1973), que debe cumplir la orden de organizar un prostíbulo para disfrute de las guarniciones de la selva peruana; es político “La fiesta del Chivo (2000), su retrato del dictador dominicano Rafael Trujillo y transpiran política los capítulos intercalados de “El pez en el agua , su autobiografía de 1993 en donde cuenta sus aventuras como literato y activista, luego de la campaña electoral que lo enfrentó en 1990 con Alberto Fujimori. Allí, Vargas Llosa se mostró como lo que es hoy: un liberal a la antigua, a la manera de los liberales estadounidenses o británicos, una doctrina con pocos seguidores en América latina, y menos aún en Argentina. Como otros intelectuales de su generación, Varguitas –como lo llamaba la Julia de “La Tía Julia y el escribidor , de 1977– se encantó y luego se desencantó con la revolución cubana, hasta llegar a convertirse en un crítico persistente del castrismo y de la Venezuela de Hugo Chávez. Esa posición sin amagues, como sus críticas a los Kirchner, por ejemplo, o antes su foto con Henry Kissinger –símbolo del cinismo de la política exterior estadounidense para la región y del apoyo a las dictaduras más sangrientas– le valieron el odio de la centroizquierda latinoamericana.
Ayer, el mundo aplaudió al que consideró uno de los dos o tres mejores escritores vivos de la lengua castellana. Se habló de letras y se elogió su técnica magistral.
Vargas Llosa, sin embargo, se dedicó a sostener la idea del comienzo de “Conversación en la catedral . “Yo soy el Perú , avisó en la primera conferencia de prensa que dio en Nueva York luego de la explosión de la noticia. Lo dijo feliz, porque desde ayer el Perú, y él mismo, están un poco menos jodidos.










