

Néstor Kirchner se fue dejando al gobierno con una fuerte recuperación en su imagen positiva, luego del conflicto con el campo, el traspié electoral del año pasado y la batalla por la ley de medios, entre otras cosas.
En septiembre pasado, en el área metropolitana, la aprobación a la gestión presidencial era del 47 %. vs. otro 47 % que la desaprobaba. No tenía semejante registro desde marzo de 2008. Todo esto, además, en un clima de creciente optimismo por la recuperación económica del país, y en un contexto de amplio apoyo hacia ciertas políticas del gobierno: asignación universal por hijo, entrega de netbooks, cooperativas de trabajo o matrimonio igualitario.
Si bien falta exactamente un año para la próxima elección, el progreso en la gestión estaba teniendo correlato en la imagen personal del ex mandatario y en su intención de voto. De modo que Cristina Fernández no recibe la herencia debilitada, sino todo lo contrario.
Lo que tiene por delante son una serie de desafíos políticos lógicos frente al vacío político, simbólico y afectivo que deja su ex esposo.
El primer interrogante que se genera es respecto a su capacidad para sobrellevar a cabo el trance. Más allá del tiempo necesario para un duelo de semejante envergadura, tanto Néstor como Cristina nunca se caracterizaron por ser personas que se dejaran abatir por circunstancias adversas.
Siempre han demostrado lo contrario, independientemente del estilo de cada uno de ellos.
El segundo interrogante se refiere a cambios en la orientación del gobierno. Sin duda que puede haber matices, enfoques y estilos de decisión y conducción propios de Cristina, pero entre ambos siempre hubo una fuerte comunidad conceptual de a dónde querían ir.
Seguramente existieron los debates lógicos sobre estrategias y tácticas, pero no sobre objetivos.
Es por eso que no cabe esperar cambios de 180 grados, pero tampoco de 90 grados, salvo que las circunstancias lo requiriesen.
El tercer interrogante se debe a tarea de “hacer la política , como se dice en la jerga. En este sentido es donde más cambios quizá se vean, ya que claramente había una cierta división de tareas entre la concentración de ella en la gestión, y la de él en lo político partidario.
Por supuesto que estas divisorias de aguas nunca son tales, ya que no hay decisión en un ámbito que no necesite articulación con el otro. Probablemente en este aspecto la presidenta se asesore con los mismos hombres con los que Néstor Kirchner desarrollaba estas tareas, y ejecutaba sus decisiones: los de Santa Cruz, los que conocen al dedillo cómo pensaba el líder. Sólo de esta manera se le podría dar continuidad a un proyecto político en sus esencias.
Ha sido una correcta decisión política que el día después, el país siguiera sus rutinas normales: hay actividad bancaria, cambiaria; hay clases y no hay asueto.
Es la mejor manera de expresar que la continuidad institucional está por encima del devenir de las seres humanos que las encarnan. Con eso, uno de los interrogantes ya queda respondido.










