

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires está buscando el camino de su adultez. Los principales indicadores económicos muestran signos alentadores que tienen que ver con la responsabilidad de gobernar para casi tres millones de habitantes aplicando políticas que vayan más allá de la simple administración de expensas comunes y tengan que ver con la aplicación de medidas de gobierno que incidan directamente sobre la actividad económica del distrito. Simplemente, en la senda de comenzar a tener un Ministerio de Economía y no un administrador de un gran consorcio.
Este cambio de mentalidad en los sectores de gobierno y oposición comienza a notarse. Sus efectos tienen que ver con el crecimiento de la actividad comercial, el fomento a la reindustrialización no contaminante en el territorio de la Ciudad y, por lo menos, en comenzar a tener indicadores estadísticos que midan nuestra actividad económica con independencia de las cifras nacionales.
Hablar de desarrollo de la economía urbana ya es un paso distinto. Salvo la propuesta del Partido de la Ciudad, que hemos plasmado en el libro La Ciudad Autonómica, una propuesta política con coraje, el resto de los sectores políticos persiste en el error de atar el desarrollo de la Ciudad a la política económica de la Nación; cuando en el mundo sucede lo contrario: son las economías urbanas las que están refundando las naciones o, como en el caso de la Unión Europea, posibilitando las estructuras continentales.
Es que son las ciudades del mundo, el lugar donde se concentra el 85% de la población mundial, las que están produciendo una transformación sin precedentes de las estructuras políticas, sociales y económicas, forzando a las naciones a cambiar. Ese es el proceso donde la Ciudad de Buenos Aires tiene la oportunidad de saldar su deuda con el interior histórico, tiene la oportunidad de liderar el proceso de cambio, simplemente porque es el único distrito ciento por ciento urbano del país y si no lo hacemos, estaremos destinados a sumirnos en la miseria. No es que tenemos una opción, no tenemos opción.
En este contexto, analizar el presupuesto de la Ciudad adquiere una magnitud totalmente diferente. La presión tributaria en la Ciudad no es excesiva, basta con comparar las tasas e impuestos con el resto de los distritos para darnos cuenta de ello. El índice de cobrabilidad de impuesto es uno de los más altos del país: los habitantes de la Ciudad pagamos nuestros impuestos y tasas. Esta es la base de un presupuesto autofinanciado y superavitario.
Estamos hablando para el año 2005 de 5.655 millones de pesos para gastar: 4.066 millones en gastos corrientes y 1.412 millones en gastos de capital. Gastar con responsabilidad, pero gastarlo todo es la obligación de los gobernantes. Cada peso que se extrae de la comunidad al volver a la misma por efecto de la aplicación del gasto, se transforma en un arma de desarrollo.
Algunos pueden creer que gobernar bien se resume solamente en reducir impuestos, pues esto resulta un simplismo objetable teniendo en cuenta que cuando el Gobierno gasta correctamente genera trabajo y genera nuevos nichos de empleo y oportunidades de negocios, que potencian la economía local hacia el desarrollo, revirtiendo la espiral de destrucción en una espiral virtuosa de crecimiento.
Por supuesto que debemos poner una voz de alerta cuando el fantasma de la subejecución presupuestaria sobrevuela la economía local. No gastar es tan malo como gastar mal. No corresponde el ahorro en la ejecución presupuestaria, esa es la razón por la cual, desde el propio Gobierno de la Ciudad y desde la Legislatura propiciamos la ampliación del presupuesto 2004 en más de 400 millones, por efecto de una mejor recaudación, porque era inútil que esos recursos quedaran guardados en las cuentas de la Ciudad a la espera de un destino el año entrante. Autorizamos su gasto en el presente año y pusimos al Poder Ejecutivo ante el desafío de lograr ejecutarlo antes de fin de año.
Las metas fijadas para el año 2005 también son un desafío, el dinero va a estar porque los habitantes de la Ciudad cumplen; la ley de Presupuesto General de Gastos y Cálculo de Recursos de la Administración de Gobierno, junto a las leyes fiscales y tributarias serán sancionadas con responsabilidad por los legisladores, dotando también al Poder Ejecutivo de los instrumentos necesarios para que ejerza el Gobierno en materia económica. Será Aníbal Ibarra quien deberá optar por continuar con una inercia peligrosa o despertar al gigante dormido y liderar la transformación de nuestra Ciudad. Si no lo hace, el tiempo y la democracia permitirán que alguien lo haga después de él.










