

Texto: Victoria Crisetig
Es necesario andar las calles que atraviesan la colina de San Giusto, el promontorio que domina la ciudad y el lugar donde Trieste tuvo su origen, y detenerse en su punto más alto, en alguno de los pasajes externos del castillo que lleva el mismo nombre, para obtener una imagen perfecta, mezcla de cielo y arquitectura. Combinación, también, de tradiciones, religiones, etnias y lenguas.
Trieste, situada en Italia, pero en la frontera con Eslovenia, abarcando aguas azules y castillos medievales, entre la meseta del Carso y el mar Adriático, fue la tercera ciudad en importancia del imperio austro-húngaro y uno de los principales puertos de aquella Europa. Capital de la región de Friuli Venezia Giulia, es un puerto franco iluminado por el Faro della Vittoria, un monumento en honor a los marineros caídos en la Primera Guerra Mundial, después de la cual la zona volvió a ser parte de la Repubblica. Confluencia de culturas que se ven, se viven y se perciben hasta hoy.
Los vientos del tiempo
El centro es la Città Nuova, como se llama al Borgo Teresiano, la cosmopolita urbe con sus palacios y edificios de arquitecturas neoclásicas, eclécticas y modernistas. Esta parte debe sus formas a María Teresa, la primera emperatriz de Austria, proclamada tras la muerte de su padre, Carlos VI. Un clásico paseo incluirá una visita al Canal Grande, construido entre los años 1754 y 1756 por el veneciano Matteo Pirona, a pedido de la monarca, para hacer llegar las mercancías lo más cerca posible de la ciudad. Como magnífico cierre de este canal se encontrará uno de los exponentes del neoclasicismo: la iglesia San Antonio Nuovo, con su entrada dominada por seis magníficas columnas.
A pocas calles, en dirección sur, más cerca de la Città Vecchia, se llega a conocer la Piazza Unità d’Italia, nombre que se le dio luego de que Trieste –bajo la ocupación de los nazis y, más tarde, del ejército de Tito– volviera a formar parte de Italia, por segunda vez en la historia, en 1954. Transitar esta plaza tiene un encanto particular: se extiende frente a las aguas del mar Adriático y la circundan excelentes obras de arquitectura, como el Palazzo del Municipio, desde el que las figuras de dos moros autómatas en lo alto, Micheze y Jakeze, marcan el paso del tiempo. Otro de los históricos edificios que rodean la plaza es la Casa Stratti, donde funciona el mítico y esplendoroso Caffè degli Specchi, abierto desde 1839 y usado como alojamiento de las tropas y depósito durante la Segunda Guerra Mundial. Nada como sentarse a degustar un típico ristretto con sabrosos amaretti a una de sus elegantes mesas.
Al abandonar la plaza, una buena opción es pasar algún tiempo en uno de los tantos y variados museos, o disfrutar de un espectáculo en el Teatro Lírico Giuseppe Verdi, el de mayor importancia en Trieste y reconocido en Europa por ser sede del Festival Internazionale dell’Operetta. Un clásico al atardecer es una caminata por el Molo Audace, el más famoso de los muelles, y también el más cercano al movimiento citadino de la Piazza Unità, que al caer la noche se ilumina con singular encanto.
Aunque es en el muelle donde más se hace sentir la bora, ese viento frío y seco que, especialmente en invierno, baja desde el Carso y sopla de manera discontinua pero tenaz. Tan típico de Trieste que, incluso, se lo puede conocer desde su propio sitio web.
Fragmentos de la historia
La Città Vecchia, con sus fascinantes calles laberínticas, propone una experiencia diferente. La historia de Trieste cuenta que, en el siglo II a.C., los romanos fundaron una colonia y bautizaron el lugar como Tergeste. Algunos de los restos que subsisten son el Teatro Romano (construido entre los siglos I y II), un significativo propileo, las columnas de una basílica y l’Arco di Riccardo, contrastante con el sutil colorido de los edificios que lo rodean, construido como uno de los accesos a la ciudad, a través de las murallas que alguna vez la delimitaron.
Otro fragmento de la historia señala que Trieste fue tomada por la República Véneta hasta que consiguió la protección del duque de Austria en 1382. Bajo ese dominio –más algunos aportes de la República de Venezia cuando retomó el control de la ciudad por un año, en 1508– se construyó un castillo en la cima de la colina. Actualmente, el Castello di San Giusto es un museo que conserva decoraciones, pinturas y esculturas de los siglos XVI y el XVIII. En el sector denominado l’Armeria se encontrarán armas en asta, armas blancas (como puñales y espadas), armas de fuego y armaduras que van del Medioevo al siglo XIX. En 2001, además, fue inaugurado el Lapidario Tergestino para contener una colección de fragmentos arquitectónicos, inscripciones y esculturas romanas y monumentos sepulcrales. También se expone el material hallado en la excavación del Teatro Romano, con estatuas de divinidades como Venus, Apolo y Minerva.
Siguiendo con esa suerte de itinerario de la fe (o, al menos, de los diversos cultos presentes en la región), una buena idea es visitar la sinagoga principal, considerada una de las más perfectas muestras de arquitectura hebraica en Europa. Aunque el edificio religioso emblema de la ciudad es la Cattedrale di San Giusto, erigida sobre los restos de una basílica paleocristiana.
Culto al café
Cuando Trieste funcionó como el principal puerto de Austria bajo el trono de María Teresa de Habsburgo, el café fue uno de los productos estrella. Más tarde, en épocas de la Primera Guerra Mundial, el militar húngaro Francesco Illy arribó a esta ciudad y fundó, en 1933, una empresa que elaboraría y vendería el famoso café al mundo (tiempo después, su sucesor, Riccardo Illy, incluso sería presidente de la región del Friuli Venezia Giulia). Por si fuera poco, su firma también impulsaría la creación de una Universidad del Café, que actualmente tiene sedes fuera de Italia y funciona como punto de encuentro entre productores y profesionales. Pero también es un centro de culto tanto para los apasionados por los secretos de esta infusión como para los turistas que quieran volver a casa sabiendo identificar un café preparado a partir de las reglas triestinas, ya que existe la posibilidad de tomar un curso que dure una jornada o un par de horas.
Porque beber café en Trieste significa beberlo en el sitio que hizo del café todo un estilo de vida, con diferencias entre una y otra forma de servirlo tan variadas y sutiles que sólo le pertenecen a esta ciudad. Como base, se debe tener en cuenta, a la hora de leer un menú, que nero es un expreso negro normal, que un capo in b es un capuchino preparado al estilo triestino y servido en vaso, y que el goccia es un café corto con apenas una gota de leche.
La pasión por la oscura y aromática bebida se absorbe en cada uno de los muchos cafés históricos que aquí existen. El más exclusivo es el Caffè degli Specchi, con sus famosos espejos que alguna vez aportaron luminosidad sin que tuvieran que usarse lámparas de aceite, y sus más de 50 formas de preparar el café. En tanto, el Caffè Tommaseo, que abrió en 1825, es el más antiguo de la ciudad. Y el mítico Caffè San Marco, original de 1914, es famoso por haber tenido en sus mesas a los más grandes escritores italianos, como Umberto Saba e Italo Svevo. Asimismo, el café y pastelería Pirona fue frecuentado por James Joyce, el escritor irlandés (autor de Ulises), quien solía dictar clases de inglés en la Academia Berlitz.
Por supuesto que también es posible percibir la historia literaria de Trieste tomando distancia del casco urbano. Más precisamente en el Castello di Duino, construido en el siglo XIV sobre las costas rocosas de Duino-Aurisina, y donde hoy se celebran cenas de gala, conciertos y muestras de arte. El entorno de este palacio fue una deliciosa fuente de inspiración para el poeta checo Rainer Maria Rilke, quien se hospedó allí a principios de siglo XX, invitado por la princesa Marie von Thurn und Taxis, y donde encontró el ambiente perfecto para comenzar a escribir sus Elegías. Una visita a esta fortaleza permite comprobar el poderoso encanto de sus jardines, acceder al museo que funciona en lo que fuera un búnker construido por los alemanes o internarse en el bar a degustar un chardonnay etiquetado para el fortín y producido en la provincia de Gorizia, en una de las más perfectas zonas vitivinícolas italianas. Claro que la senda bautizada en honor al célebre poeta conforma una de las opciones más deslumbrantes: son dos kilómetros a través de espectaculares vistas panorámicas que fusionan mar, vegetación y blancos acantilados rocosos, uniendo Duino y Sistiana, dos bellas y protegidas costas del Adriático donde disfrutar del sol, baños de mar y placenteras excursiones en velero.
Mar adentro
Sin dudas, uno de los mayores encantos de Trieste son sus historias y sus castillos. Al noroeste, a unos ocho kilómetros del centro, se observa la imagen del majestuoso Castello di Miramare, una de las más bellas construcciones en piedra blanca, cuya construcción fue encargada por el archiduque Maximiliano de Habsburgo para vivir allí junto a su esposa Carlota, hija del rey Leopoldo I de Bélgica y de María Luisa de Orleáns. Comenzó a erigirse en 1856, bajo la dirección del ingeniero austríaco Karl Junker, aunque Maximiliano siguió sus proyecciones de cerca, sumando la exigencia de un parque de 22 hectáreas que albergara las especies exóticas que hizo traer de otras tierras, como los cedros del norte de frica y del Líbano. La residencia fue inaugurada en la Navidad de 1860, pero los jóvenes esposos sólo la habitaron hasta 1864, cuando ambos partieron para que él fuese coronado como emperador de México, sin saber que tal decisión sería la causa de su muerte porque apenas tres años después sería fusilado por las tropas revolucionarias de Benito Juárez (y Carlota se refugiaría en Bélgica).
Hoy es posible recorrer las habitaciones de este castillo de estilo ecléctico –que combina perfectamente elementos de los períodos gótico, medieval y renacentista– escuchando y reconstruyendo los fragmentos de esta historia de amor, al tiempo que se admira el bien conservado mobiliario y las decoraciones de época, así como los hermosos objetos orientales de las salas del primer piso.
El parque, uno de los más grandes de Italia septentrional, es un verdadero jardín botánico. En tanto, el Castelletto –un edificio que Maximiliano había hecho construir en el parque, de forma paralela al fortín, y que habitó junto a su esposa entre 1859 y 1860– actualmente es sede de la Dirección de la Reserva Natural Marina de Miramar. Es que el área que se extiende entre la costa del mar Barcola (hacia el sur) y el puerto turístico de Grignano (hacia el norte) fue declarada zona protegida en 1986, siendo la primera en su estilo en Italia, junto a la de Ustica, la isla ubicada al sur de la península. Así, esta reserva abarca una superficie de aproximadamente 120 hectáreas con arrecifes en los que encuentran amparo muchísimos peces. Sobre 30 de esas hectáreas se ha establecido un régimen de tutela integral y se organizan visitas subacuáticas guiadas para profesionales con licencia. En cambio, las excursiones de seawatching –usando máscara, aletas y snorkel– son aptas para todo público. Otra opción imperdible es un recorrido por el centro para visitantes, que propone participar de una inmersión virtual: es como sumergirse en el mar pero sin mojarse, porque se camina descalzo por una réplica del lecho marino mientras se observan los acuarios que hospedan a las especies presentes en el Golfo de Trieste.










