¿Se puede abrazar el capitalismo, pero no como un todo sino a la carta o en dosis moderadas? Tras más de tres décadas de un incomparable crecimiento económico alcanzado a través de un proceso de liberalización económica sui generis, China se enfrenta a las limitaciones de su propio modelo, concentradas actualmente en el riesgo de estallido de una burbuja especulativa en su sector inmobiliario.

Para evitar este colapso, el gobierno central ha decidido avanzar en una reforma financiera, pero como es gradual, existe el temor de quedarse a mitad de camino o de terminar abriendo nuevamente la caja de Pandora de la liberalización política, lo que le costó la vida a miles de personas en 1989 tras reprimir las protestas de la Plaza de Tiananmen.

Desde el punto de vista económico, hace más de tres décadas que el gobierno chino pareció haber logrado la cuadratura del círculo: de a poco fue estableciendo una economía de mercado en amplias zonas del país, sin tener que resignar el control del Partido Comunista sobre los asuntos políticos. El resultado está a la vista: desde 1978, año en que se iniciaron las reformas económicas de Deng Xiaoping, el país pegó un salto de crecimiento gigantesco, tan grande que hoy se convirtió en el primer exportador mundial y en los próximos años superaría a EE.UU. como líder económico global. Sin embargo, parece que al traje a medida que se confeccionó China para impulsar su crecimiento económico se le empiezan a ver las costuras, por lo que el capitalismo a la carta puede entrar en crisis severa si estalla la burbuja inmobiliaria.

Consciente de que buena parte de su poder político se sostiene en el desarrollo económico del país, el gobierno central decidió avanzar un paso más en su reforma financiera (el objetivo es llegar a la libre convertibilidad del yuan y a un sector bancario similar al de los países desarrollados), por lo que permitió que los bancos comenzaran a fijar libremente (desde el 1 de marzo) la tasa de interés que pagan por los depósitos en moneda extranjera. La experiencia se hará de manera acotada, como prueba piloto en la zona de libre comercio de Shanghai (inaugurada a fines del año pasado), para ver si sirve como factor de atracción de una mayor proporción de ahorros de particulares chinos.

Distorsiones severas

Desde el punto de vista financiero, existen hoy en la economía china severas distorsiones creadas para impulsar el crecimiento acelerado de estas últimas décadas. Una de las más notorias se encuentra en el sistema bancario, ya que las tasas de interés no fluctúan de acuerdo al libre juego de la oferta y la demanda de créditos y depósitos. Es el gobierno el que ha fijado, desde hace muchos años atrás, tasas reales negativas para fomentar el financiamiento barato de las empresas, columna vertebral de la formidable expansión exportadora.

Pero la contracara de esta política monetaria intervencionista se padece en el mercado inmobiliario: con muy pocos incentivos para canalizar el ahorro doméstico al sistema bancario, las familias chinas han preferido volcar sus ingresos hacia la compra de inmuebles, algo que recuerda a la realidad argentina, donde los particulares no poseen instrumentos financieros atractivos para invertir suficientemente diversificados.

Para evitar que esos flujos de dinero sigan alimentando un mercado que se encuentra recalentado, la zona de libre comercio de Shanghai será el banco de pruebas de esta liberalización del mercado crediticio. En esta zona se crearán las condiciones para probar la plena convertibilidad del yuan y los tipos de interés según las normas del mercado, así como el uso transfronterizo de la moneda china. Pero bajo la condición de que los riesgos estén controlados, sostuvo el gobierno a través de un comunicado publicado por la agencia oficial Xinhua.

Hasta la semana pasada, existía una tasa límite que no se podía superar en los depósitos en moneda extranjera inferiores a los u$s3 millones (los de mayor cuantía pagan tasas fijadas libremente). Mientras que los depósitos en yuanes seguirán contando con tasas reguladas.

Cara de hereje

Los analistas coinciden en afirmar que, en el caso de la liberalización de las tasas de los depósitos, la necesidad del gobierno chino tiene cara de hereje. Porque la medida habría sido tomada de acuerdo con las particulares circunstancias que vive el mercado inmobiliario.

Mientras el país creció a tasas superiores al 10%, la situación se mantuvo controlada, gracias al formidable boom exportador. Pero como la economía pasó a crecer a un dígito anual (porque las exportaciones ya no impulsan como antes), comenzaron a surgir los problemas subyacentes en el sector financiero: empresas y municipios muy endeudados (la deuda total supera el 200% del PIB), dificultades para acceder al financiamiento formal, suba explosiva del crédito informal a tasas usurarias (ya representa el 44% del PIB, según Standard & Poors), riesgo de incobrabilidad que crece de manera significativa, uso incipiente de cuasimonedas en distintos municipios y provincias, y fuerte impulso a proyectos inmobiliarios no rentables para financiar el gasto municipal a través de la venta de terrenos fiscales y de permisos de construcción (Xinhua calculó que la cantidad de terrenos a disposición de desarrolladores inmobiliarios se incrementó un 39% en un año).

Frente a una economía en riesgo de descalabro, la decisión del gobierno central fue avanzar con la profundización de la reforma financiera. Aún a riesgo de que la sociedad china vuelva a plantear la reforma política (como en 1989), el mayor tabú que hoy existe en el país. El capitalismo en dosis moderadas podría terminar causando una intoxicación masiva.