
En un mundo interconectado, crece el riesgo de epidemias mortales.
Nueve meses después de los primeros casos de Ébola en Guinea, el mortal virus sigue propagándose en todo África occidental a un ritmo alarmante. En Europa y Estados Unidos, gran parte de la discusión en los medios se centra en un puñado de casos que surgieron en países desarrollados. Pero el virus será derrotado sólo si se controla en los tres estados africanos donde su avance es desenfrenado, Guinea, Sierra Leona y Liberia. Los gobiernos occidentales están empezando a reconocer la escala de la crisis, pero todavía tienen que hacer los aportes necesarios en términos de dinero y equipos.
El martes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentó una aleccionadora evaluación del progreso de la epidemia. Hubo cerca de 9.000 casos en África occidental hasta la fecha, de los cuales 4.500 provocaron la muerte. Pero como consecuencia del hasta ahora insuficiente esfuerzo internacional para apuntalar los sistemas de salud pública de la región, la epidemia todavía se propaga en forma exponencial.
La OMS cree que para principios de diciembre el brote podría alcanzar entre 5.000 y 10.000 casos semanales. Para entonces, la organización sostiene que el esfuerzo de ayuda internacional en África occidental debería empezar a "torcer la curva" de la epidemia. Sin embargo, confía poco en esa predicción.
Los políticos occidentales deben dejar de obsesionarse con la idea de eludir el virus en sus propias fronteras. Estados Unidos y Gran Bretaña empezaron a examinar a los pasajeros provenientes de Africa occidental, y otros países europeos están haciendo lo mismo. Si bien esto transmite la impresión de actividad, como el período de incubación es de tres semanas, es poco probable detectar a los viajeros infectados. Sería mejor ayudar a los países africanos a fortalecer sus controles de salida e incluir no sólo chequeos médicos sino también un riguroso cuestionario sobre posibles contactos con casos de Ébola.
Las autoridades de salud pública deben estar preparados para más casos en países occidentales, poner en cuarentena a las víctimas y hacer un seguimiento de todos sus contactos. Hay que fortalecer los procedimientos hospitalarios, que lamentablemente fallaron en Dallas y Madrid. Sin embargo, es improbable que haya un importante brote de Ébola en Occidente, donde los sistemas de salud son sólidos. Quienes viven en EE.UU. y Europa tienen más probabilidades de morir de gripe que de Ébola.
Si los gobiernos occidentales quieren derrotar al Ébola, deben hace mucho más que detener la propagación del virus en África occidental. De lo contrario, sociedades enteras serán devastadas y surgirán nuevas vías de propagación de la enfermedad. Las Naciones Unidas pidió u$s 1.000 millones en ayuda y se prometió menos de un tercio de esa suma. Estados Unidos y Gran Bretaña hicieron los mayores esfuerzos en términos de despliegues militares y de dinero, pero otros estados todavía eluden sus responsabilidades. La velocidad es esencial porque una semana de demora simplemente aumenta la asistencia que se necesitará en el futuro. Cada dólar que hoy se destine en prevención vale diez veces más que si se gasta a fin de año.
Al mismo tiempo, los gobiernos deben reconocer que el Ébola no es un caso excepcional. Nuestro mundo interconectado es cada vez más vulnerable a virus potencialmente pandémicos que se tramiten de animales salvajes a humanos. Hace una década, Asia fue golpeada por el Sars y el año pasado ya se vieron dos patógenos mortales nuevos en el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente y en la cepa H7N9 de gripe aviar. Tales brotes van a continuar. El mundo debe derrotar el Ébola. Pero los gobiernos tiene también que contar con sistemas sólidos de detección y vigilancia antes de que surjan epidemias mucho más serias. Hay pocas señales de que estén dispuestos a enfrentar el desafío.














