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En medio de un contexto familiar sensible, vuelve al centro del debate una preocupación que hasta ahora se había manejado con discreción: el avance del deterioro cognitivo del rey emérito Juan Carlos I. La frase "Juan Carlos I está gagá", pronunciada sin rodeos por Lorenzo de Medici -historiador y descendiente directo de una de las familias más influyentes de Europa- ha puesto palabras a lo que muchos ya intuían.

"Creo que ha sido un gran personaje de la historia de España, pero luego perdió la cabeza por una mujer y de ahí se explica todo lo que pasó. Hoy ya está un poco gagá y es consecuencia de la edad que tiene", declaró De Medici al medio Informalia, en un testimonio que suma peso por su cercanía con la familia Borbón.

El periodista José Antonio Zarzalejos, exdirector de ABC, también aportó datos preocupantes: "Hay que poner en duda que Juan Carlos estuviese plenamente lúcido antes de su abdicación. Es una persona denortada, con lapsus seniles".

Aunque la palabra Alzhéimer no aparece, los indicios de un "principio de deterioro cognitivo progresivo" -según Zarzalejos- marcan una advertencia grave para una figura que aún tiene protagonismo simbólico en la arquitectura del Estado.

Zarzuela activa protocolos por la salud de Irene de Grecia

Mientras la salud mental del emérito centra los titulares, la Casa Real también se enfrenta al final inminente de Irene de Grecia, hermana de la reina Sofía y cuñada de Juan Carlos. Conocida como Tía Pecu, vive desde hace más de cuarenta años en el Palacio de la Zarzuela.

Irene, de 82 años, sufre desde hace dos años unAlzhéimer avanzado que la mantiene completamente fuera de la vida pública. Fuentes cercanas al palacio han confirmado que ya se han activado los protocolos funerarios, habituales en casos de fallecimiento de miembros reales. Aunque no ocupa un rol institucional, su vínculo con la familia real y su presencia constante en Zarzuela hacen inevitable su impacto simbólico.

La polémica por la escolta del emérito en Abu Dabi

Otro foco de crítica es el amplio dispositivo de seguridad que rodea a Juan Carlos I desde su exilio en Abu Dabi. El emérito cuenta con más de cincuenta agentes españoles asignados exclusivamente a su protección, un despliegue que genera fuertes cuestionamientos tanto en sectores republicanos como dentro del propio Congreso.

"Si quiere protección, que se la pague él, como sucedió con Iñaki Urdangarin cuando fue apartado de la familia real", señalan fuentes críticas. El caso de Urdangarin sirve como precedente: al quedar fuera de la institución, perdió su derecho a escolta financiada por el Estado. Sin embargo, Juan Carlos mantiene esos beneficios pese a haber abdicado y estar involucrado en escándalos financieros.

La opacidad en el presupuesto asignado a su seguridad y los costos asociados a su residencia en Emiratos Árabes Unidos agravan el malestar ciudadano en un contexto de inflación y recortes.

La reina Letizia, cuestionada por la nobleza tradicional

El análisis de Lorenzo de Medici no se limita a Juan Carlos. También se extiende a la reina Letizia, figura que nunca logró conquistar del todo a los sectores más tradicionales de la nobleza europea. "No ha cuajado con el protocolo de la Casa Real y no me parece alguien cercano a la gente, como sí lo es la reina Sofía", afirmó el historiador.

Medici, que conoce a fondo los códigos de las monarquías europeas, no oculta su preferencia por doña Sofía, a quien define como "una reina por los cuatro costados". En su opinión, Letizia representa una modernización que aún no ha logrado armonizar del todo con los rituales y exigencias de la realeza.

Pero hay un punto aún más delicado: la endogamia genética borbónica, que muchos consideran un factor determinante en los problemas de salud mental que afectan a varios miembros de la familia.

"Letizia tenía que venir a salvar el ADN", desliza Medici, dando a entender que su origen plebeyo fue visto como un intento de rejuvenecer una dinastía marcada por siglos de matrimonios entre primos.

¿Está preparada la Corona para lo que viene?

Los hechos se acumulan y el rey Felipe VI enfrenta uno de los momentos más sensibles de su reinado. Por un lado, debe manejar con discreción la posible muerte de su tía Irene. Por otro, necesita blindar la institución ante un emérito que, según varios testimonios, ya no es consciente del daño que ha causado.

Zarzalejos lo resume con dureza: "Juan Carlos tiene una percepción de la realidad distorsionada. Me lo han confirmado más de tres personas. Es un hombre con lapsus de memoria, pero sobre todo con un principio de deterioro cognitivo progresivo. Por eso no percibe como reprobable todo lo que ha hecho".

La situación es compleja: si el rey emérito realmente no recuerda sus actos pasados, su permanencia como símbolo o figura pública podría convertirse en un riesgo institucional.