La Reserva Federal de los EE.UU. ha mostrado, nuevamente, que es el único organismo con el poder de fuego suficiente para trabajar sobre las expectativas de los mercados financieros. Ya sea anclándolas, o, por lo menos, fomentando su estabilidad.

Muchos analistas aquí y en el mundo estaban apostando por un nuevo impulso monetario (QE3). Conociendo a Ben Bernanke y su visión de la economía global, sé que buscó dar una señal contundente al mundo de una FED dispuesta a proveer toda la liquidez demandada y en el momento en que ésta sea necesaria. Es por eso que en vías de promover una mayor vigorización de la recuperación económica, ha decidido mantener la tasa de fondos federales en el rango de 0/0,25% hasta mediados de 2013. Asimismo, se mantendrá la cartera de títulos comprada en los últimos dos años, manteniendo este instrumento vigente hasta que haga falta.

La reacción de los mercados fue mixta, la renta variable terminó recuperando algo de lo perdido ayer, pero el mercado de renta fija vivió otro día de rally, con el bono de 10 años del Tesoro que siguió demandado hasta alcanzar un rendimiento de 2,27%, mientras que las monedas más importantes (el euro, el yen, el real, la libra y el franco suizo), se apreciaron contra el dólar.

Luego de esta tormenta, quedarán significativas heridas en el campo real. La economía norteamericana no es la única con signos de debilidad económica. Europa y Japón no se quedan atrás. Esto determinará que regiones económicas que durante el lustro pasado crecieron a una tasa que osciló entre el 2,5/3%, en los próximos lo harán prácticamente al 1%, cifra que ni siquiera llega a compensar el crecimiento vegetativo promedio de su población. Estaremos ante varios años de crecimiento raquítico de las economías desarrolladas.

Esto posee dos impactos muy claros para la economía y el comercio global. El primero es que la demanda de productos desde los países avanzados se ubicará en niveles mínimos en el futuro próximo y en principio, incrementaran sus saldos exportables, afectando los precios internacionales. El segundo impacto es que fuerza a las economías emergentes a administrar con mayor cuidado la normalización de su ciclo, de manera de evitar un aterrizaje forzoso en un contexto internacional más vulnerable.

En este marco, Argentina debería contar con un plan de contingencia. Casi todos los países de la región ya tienen un paraguas que les permitirá navegar el stress transitorio lo más suavemente posible: sus necesidades de financiamiento para éste y el próximo año están en su mayoría cubiertas y poseen capacidad para hacer manejos de pasivos si ocurre algún movimiento brusco en los mercados de capitales. Desearía que éste fuera el caso de Argentina, pero al no estar integrados financieramente al mundo, sufriremos más el impacto comercial, dada la dependencia de nuestras cuentas externas y fiscales a los precios internacionales.

Lamentablemente, aquí el desafío es otro: revertir la salida neta de capitales. A una menor disponibilidad de reservas excedentes y otros recursos domésticos, se suma un costo de financiamiento externo de 500 p.b. superior al de otras economías de la región. Esto solo puede entenderse a la luz de la creciente inconsistencia de las políticas macroeconómicas, que hacen mella en la credibilidad. El tiempo de la improvisación se acaba. El resguardo futuro para la Argentina sólo resultará de la construcción de políticas económicas consistentes y sostenibles en el tiempo.