Varios factores a veces llevan a suponer que la inflación no se desacelerará en 2020. Algunos van más allá y predicen que incluso se va a acelerar respecto del elevado registro de 2019.

El 54% que alcanzó el año pasado en buena parte es explicado por haber sido un período en el que hubo una fuerte corrección del tipo de cambio nominal. A pesar de esto, la inflación actual, aunque con problemas en la medición propios de la coyuntura sanitaria, está estable.

Los fundamentos de esta postura son válidos: la devaluación del año pasado sigue generando inercia y tensiones y la corrección del tipo de cambio real en Argentina parece mostrarse cada vez más difícil de realizar.

A esto se suma un shock transitorio de oferta negativo a partir de la restricción de no producir durante el aislamiento, lo que puede sumar una presión inicial a los precios.

A su vez también en el corto plazo se debe considerar el efecto que pueda tener el corrimiento del tipo de cambio libre.

Con una brecha que rápidamente se multiplicó y llegó al 80%, podría esperarse que los formadores de precios comiencen a tomar como referencia el dólar libre.

Quizás el pasaje a precios sea a un ritmo menor que antes, pero, otra vez, cuando la demanda post confinamiento comience muy marginalmente a ´normalizarse´ el efecto podrá ser mayor ante la necesidad de recuperar márgenes de ganancias, o el temor a incurrir en mayores pérdidas.

Por último, quizás lo que más pesa en el argumento es el financiamiento de la brecha fiscal con la única alternativa, la emisión monetaria. Esta opción generará un exceso de oferta de pesos cualquiera que se suma a servicios de deuda en pesos que podrían hacer que se más que duplique la base monetaria entre 2020 y 2019 en promedio.

Definitivamente, si no se corrige el déficit y la economía recibe otro aluvión de pesos, en algún momento la inflación responderá.

A todos estos efectos que impulsan la inflación al alza se antepone la política antinflacionaria del Gobierno. El programa de Precios Cuidados y un control más exhaustivo podrá ayudar a demorar los ajustes, pero tiene efectos limitados.

En el mismo sentido opera el congelamiento de tarifas y combustibles y el escaso movimiento del mercado de trabajo donde también quizás la economía esté encontrando un ancla nominal.

En síntesis, el riesgo de una aceleración de la inflación es palpable. Dependerá de cómo se administren los desequilibrios fundamentales (monetario y fiscal) y de la forma en que se levanten las anclas que está acumulando la inflación reprimida. La discusión acerca de si este año la inflación será elevada o no, o la comparación con la del año pasado no tiene sentido. Hoy es más sencillo pronosticar la inflación de los próximos 3 años que la del 2020 puntualmente.

Este año puede haber una brusca desaceleración de la inflación, pero al mismo tiempo se está engendrando un desalineamiento de precios relativos y una lluvia de liquidez que serán difíciles de corregir. Cuando se encaren estos problemas la inflación va a volver a ser un flagelo para el país.

Corregir precios relativos desde este nivel más elevado que el del 2015, por ejemplo, puede ser más complejo. Como se ha estudiado, la probabilidad que la inflación baje en un año depende positivamente del nivel de inflación del año anterior. Niveles altos de inflación elevan la probabilidad que esta aumente.

Luego, la política. Hacer una corrección del déficit de 5 puntos al menos en un año electoral y subir las tasas de interés para esterilizar los pesos sobrantes son medidas que no caerán simpáticas en una economía que va a acumular 3 años consecutivos de caída en la actividad. El ciclo electoral podría posponer los ajustes requeridos, pero en algún momento se deberán abordar. Mientras antes, mejor.