Mauricio Macri lo sabía. El PRO lo sabía y lo sabían también los votantes que lo llevaron a la Casa Rosada. La sociedad con Elisa Carrió podía ser exitosa en el plano electoral pero quedaba claro que traería dificultades una vez en el poder. Ayer, el Presidente tuvo la primera prueba concreta de esa complejidad. Recibió a su aliada para consensuar la agenda parlamentaria y, sobre todo, para determinar hasta dónde llega el encono de la diputada con el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti.

Carrió había sido diplomática cuando Macri lanzó por decreto los nombres de dos nuevos integrantes para La Corte. No le había gustado nada la metodología utilizada pero prefirió no encrespar las aguas de los primeros días de gestión. Igual no duró mucho la luna de miel. Dos semanas después denunció en la Justicia a Lorenzetti por presunto enriquecimiento ilícito, una puñalada que fastidió tanto al jefe del Tribunal Supremo como para que le transmitiera de inmediato sus reclamos al Presidente.

Algunos funcionarios macristas sonríen cuando se les menciona el factor Lilita y aseguran que funciona como la válvula moral de Macri. Algo parecido decían, hace 15 años, ciertos dirigentes de la Alianza que se mostraban despreocupados por las críticas que Carrió fue descargando sobre el gobierno de Fernando De la Rúa y Chacho Alvarez. Aquella historia terminó mal. Sólo cabe esperar que el Presidente y la legisladora le presten más atención al pasado para no perderse en otro laberinto sin salida.