

Para ser casi un octogenario, el hombre se mantiene bien. Lleva con cierta dignidad y no es algo que sea sencillo, como se sabe el dolor de ya no ser. El miércoles pasado, en un café de la avenida Callao me señaló la nota que Carlos Pagni había publicado en la tapa de La Nación y que se titulaba: "Scioli: el Cámpora de Cristina". Es un enfoque equivocado, dijo. Revolvió el café cargado, doble y opinó:
¿Usted conoce la teoría del perrito faldero?
No. Pero puedo imaginar de que trata.
No es la misma cosa.
Entonces, me contó una vieja anécdota.
En 1983, cuando volvió la democracia, Santiago del Estero era tierra dominada por un viejo caudillo peronista que se llamaba Carlos Juárez. Su mujer, Marina Aragonés, Nina, unos treinta años menor que él, era ministro de su Gobierno. Tenía fama de cruel e implacable. Otro de los ministros se llamaba César Iturre. Por entonces, los santiagueños contaban, con esa cadencia tan cómplice y tan taimada, que el tal Iturre debía su lugar en el entorno del poder a que, todas las tardes, le paseaba el perrito faldero a la señora Nina. Tan indiscutible era su lealtad que, en 1987, en lugar de pelear su reelección, Juárez colocó a Iturre en la gobernación: total, semejante pusilánime iba a ser todo lo que él quisiera. "Iturre al Gobierno, Juárez al poder", era el lema.
Todo salió horrible. Dicen que el primer día del nuevo Gobierno, doña Nina convocó a su despacho al flamante gobernador para que le paseara el perrito. "De ninguna manera respondió Iturre. Soy el gobernador y usted mi ministra. Si tiene algo que hablar conmigo, la recibiré con gusto en mi despacho". Ese gesto, que fue tomado como un desplante, desató una guerra que duró años y terminó, como se verá al final de esta nota, de una manera realmente atractiva.
El octogenario peronista, sonrió después de contar esa vieja historia.
Busque en la historia del peronismo: en Florencio Varela, en La Rioja, en todos lados. Los maltratados, cuando llegan al poder, son los peores. Pagni se equivoca: Scioli no será el Cámpora de Cristina sino su verdugo.
El análisis político a veces incluye una alta dosis de audacia porque consiste, en gran parte, en leer las señales de la realidad para poder pronosticar el futuro, que como dicen las abuelas es lo más difícil de pronosticar. El autor de estas líneas jamás osaría ponerse al altura de un talentoso periodista como Carlos Pagni y menos de un octogenario peronista, de esos que saben por viejos y por peronistas, o sea, que son de los peores. Pero tal vez esta introducción sirva para señalar que hay dos miradas extremas acerca de cómo será la relación entre Cristina y Scioli, si es que el gobernador vence el maleficio que afectó a todos los que lo antecedieron en su cargo y llega a la Rosada.
Por un lado, existe la teoría setentista: Scioli repetirá la historia de Cámpora. Es un timorato, un pelele, un títere, un pusilánime, un cobarde. Y por el otro, la teoría del perrito faldero, según la cual, tiene tanto resentimiento acumulado que le bastará llegar al poder para, sutilmente, cobrárselas una por una.
Los defensores de una y otra hipótesis tienen muchos argumentos para sostener su posición.
Quienes creen que Scioli será igual a Cámpora apoyan su punto de vista en una percepción que comparten los sectores más extremos del kirchnerismo y su espejo, su hermano mellizo, su sombra, el antikirchnerismo. Esto es, que Cristina es muy poderosa y lo será siempre, que tarde o temprano volverá a ejercer el poder y que nadie podrá gobernar sin ella. Así las cosas, Scioli solo podrá llegar si se agacha lo suficiente y le concede la vicepresidencia, el control del Parlamento y un futuro de impunidad. Será así un rehén durante todo su mandato: si no pide permiso para respirar terminará en un tris de patitas en la calle. Basta mirar la historia reciente para encontrar elementos indiscutibles: Cristina le hizo de todo a Scioli y, dicen los que sostienen este percepción, este siempre agachó la cabeza y reaccionó como un felpudo.
El momento más álgido de la relación fue durante el año 2012. El gobierno nacional le achicó al máximo el presupuesto a la provincia y le sublevó a los gremios docentes que pararon las escuelas por cuarenta días. Se metió en el drama de las inundaciones para acusar al gobernador de ocultar el número de muertes. Lo acusó de golpista porque se había sacado dos fotos, una con Moyano y otra con Macri. Como sucede en estos casos, la segunda línea del kirchnerismo competía por ver quien insultaba con menos originalidad: clarinista, noventista, menemista, destituyente. Y, por si fuera poco, la izquierda K descubrió que Scioli violaba los derechos humanos, con esa cualidad tan oportuna según la cual los amigos nunca matan a nadie aunque lo hagan, y los enemigos sí aunque no lo hagan y los amigos que pasan a ser enemigos violan los derechos humanos solo cuando se transforman de una cosa en la otra, y los enemigos que pasan a ser amigos dejan de violarlos gracias a esa conversión.
Scioli siempre bajó la cabeza. Y sus diputados levantaron la mano para aprobar cualquier disparate: desde el acuerdo con Irán, las leyes antiterroristas o el blanqueo.
¿Por qué reaccionaría distinto de ser presidente? ¿No sería el títere ideal?
Quienes creen, en cambio, en la teoría del perrito faldero los agredidos son los peores también tienen con qué defenderla. Según ellos, la obsecuencia, la paciencia, la sumisión de Scioli fueron apenas una estrategia y no un rasgo de caracter: solo se trataba de esperar, de aguantar, de llorar a escondidas, hasta que llegara el momento. Al fin y al cabo, Scioli fue siempre una piedra en el zapato de Cristina. Ella quiso desplazarlo de la gobernación y no pudo. Quiso evitar que llegara a la candidatura, y no está pudiendo. Y si no pudo frenarlo cuando ella era Presidenta, ¿por qué podría en el momento en que se inviertan los roles? Ella patalea, insulta, amenaza pero no puede con él. Scioli abarca, según esta visión, un universo más amplio que el de la jefa kirchnerista. Bastan un par de ejemplos: debe ser el único político que tiene buena relación con Estela de Carlotto y con Héctor Magneto, con la Cámpora y con la Sociedad Rural. En ese horizonte, Cristina será un vértice, apenas una pata de una mesa donde Scioli, de llegar a la presidencia, tiene más cartas que jugar.
Es posible que Cristina lo odie y lo desprecie a Scioli más que él a ella: al fin y al cabo, es una mujer de sentimientos más intensos. Esa pasión o desmesura puede jugar a favor de ella o esa parsimonia, esa paciencia, a favor de él.
Es difícil saber cual de los dos enfoques será más acertados: si Scioli será como ese delegado al que Perón designó presidente, solo para maltratarlo y destituirlo o si será como ese ministro que paseaba el perro de la mujer del gobernador para enfrentarlo a muerte después. Probablemente, el péndulo oscile de un extremo al otro, dependiendo de las cirunstancias. Lo que es seguro es que si Scioli es presidente, estos detalles nos entretendrán durante un largo tiempo y, en algunos momento el peronismo es el peronismo habrá tiro, lío y cosa golda. La misma dinámica del país empujará hacia ello. Sin ir más lejos, Cristina dejó trascender esta semana que analiza volver en el 2019 fecha en que el próximo presidente podría ser reelecto y que le disgusta mucho Martín Insaurralde, el principal candidato de Scioli para la provincia.
Queda contar el tétrico final de César Iturre, el ministro que paseaba el perrito. Su enemigo acérrimo, el poderoso caudillo Carlos Juárez, logró volver al poder. Aterrorizado, Iturre se fue del país el mismo día que Juárez volvió a ser gobernador. Pasó algunos meses en el Paraguay hasta que cierto día, sorpresivamente, apareció muerto en su cama. En el 2004, su hijo logró que exhumaran el cadáver. Lo está analizando el prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense. El hijo de Iturre estaba convencido que a su papá lo asesinaron sicarios de Juárez, por medio de la aplicación de una inyección letal. Juárez y los suyos también terminaron mal, envueltos por el escándalo de un crimen espantoso que estremeció a su provincia.
No es una moraleja ni un pronóstico, faltaba más.
Es solo una historia más, muy poco conocida, de las tantas que existen en este país tan prolífico.
Más Videos













