Las modas van y vienen, pero responsabilizar a China por la crisis económica que viven los Estados Unidos es un poco fuerte. Lo que sí es probable de mantener es la relativa calma que prevalece con respecto a la relación entre Estados Unidos y China luego de las elecciones.

En el tercer y último debate presidencial en Estados Unidos, el Presidente Barack Obama y su competidor republicano Mitt Romney, se concentraron en los asuntos vinculados a la política exterior.

China fue predeterminada como uno de los tópicos a debatir según el moderador del debate pero, aunque no lo hubieran determinado, de cualquier manera habría saltado como tópico como parte de la estrategia de Romney de decir que, tan pronto como pueda, declararía a China como una potencia regularmente manipuladora, en su primer día de trabajo. Romney hace esto para que Obama luzca muy cómodo con China e intenta demostrar que está mejor preparado para enfrentarse a la segunda economía más grande del mundo.

Mientras el status de China crece como consecuencia de su poderío mundial, y la dependencia comercial de los Estados Unidos se multiplica, los candidatos tratan de aprovecharse de la ansiedad que hay sobre los norteamericanos en función a los lazos que mantienen ambos países. Pero China, como Romney puede haber aprendido, y como Obama ya sabe, es demasiado importante para Estados Unidos para que cualquiera de ellos entre en un duro debate.

La historia lo confirma. En 1992, Bill Clinton condenó a los líderes chinos a quienes acusó de “carniceros de Beijing” por su violenta represalia hacia las demostraciones pro democráticas que se realizaron en la plaza de Tiananmen tres años antes. Pero, como presidente, fue un ferviente impulsor para que China ganara el status comercial de “nación más favorecida” por primera vez, logrando así tarifas más bajas en cuanto a la exportación y reglas de comercio más liberales, que de cualquier manera hubieran logrado. Cuatro años después, George W. Bush criticó al Presidente Clinton por haber sido benévolo con China. Luego, él mismo se dedicó a profundizar las relaciones comerciales con el país del oriente durante sus dos períodos presidenciales.

Romney, seguramente, haya arrancando algunas páginas del manual de Bush, atacando a Obama por su récord comercial con China. Romney acusa a la Casa Blanca de no ejercer represalias contra Beijing por su presunta manipulación con respecto a su política cambiaria que, según asegura, es una ventaja comercial en la exportación y que, al mismo tiempo, deja fuera del ámbito laboral de la manufactura a los norteamericanos. Romney atacó a China directamente sobre su falta de proteccionismo sobre la propiedad intelectual, una queja que se hizo eco de las grandes corporaciones americanas, a quienes se les requiere mantener operaciones con China, solamente para que se les roben algunos secretos comerciales, según denuncian.

El Presidente Obama, en cambio, ha endurecido la postura de su administración sobre las disputas comerciales con China. El mes pasado, realizó varias quejas contra China vinculadas al mercado automotriz, frente a la Organización Mundial del Comercio. El Presidente, además, mostró su preocupación en materia de seguridad nacional cuando solicitó a una compañía china que vendiera las acciones que tenían sobre proyectos de parques eólicos cerca de los establecimientos de la Marina norteamericana, en Oregon. Y Obama asegura que el Renminbi ha valorizado el 10% sobre el dólar americano desde que tomó su cargo.

Mientras tanto, otro problema de seguridad nacional: la creciente deuda norteamericana, que ha acrecentado las preocupaciones que existen sobre China. El país lidera una lista de naciones que, juntas, poseen la mitad de la deuda del gobierno de los Estados Unidos. Los intereses pueden costarle a Washington casi el 10% de su economía, en 2035, a menos que el Congreso desactive algunas políticas cambiaria.

Pero la realidad de esta relación es que está más matizada que lo que los votantes oyen de sus candidatos. Como dos de las economías más grandes del mundo, China y los Estados Unidos son vitales para la economía global, vinculadas a través de su intenso intercambio comercial. El malestar económico de los Estados Unidos (sumado a los problemas que atraviesa Europa) golpean a China que, por primera vez en muchos años, está experimentando una caída del 10 por ciento. A su vez, la desaceleración de la economía china golpeará a muchas de las corporaciones norteamericanas justo cuando empiezan a expandir sus operaciones allí.

Lo que es peor, los empresarios norteamericanos están preocupados por las reacciones que puedan tener los líderes chinos sobre las recientes decisiones del Presidente Obama y que, en consecuencia, liberen una guerra comercial que eleve las tarifas de los servicios y bienes norteamericanos en China. Recordemos que General Motors actualmente vende más autos en China que en ninguna otra parte del mundo, incluidos los Estados Unidos.

Ambos países están tratando de ajustar su dependencia sobre el otro. China quiere lograr un crecimiento económico en base al fortalecimiento de sus propios consumidores y depender cada vez menos de las exportaciones de los Estados Unidos y del resto del mundo. Estados Unidos quiere un mayor acceso a la base de consumidores para sus compañías.

Tanto Estados Unidos como China preferirían trabajar en conjunto que enfrentarse para llegar a donde quieren ir. La relación entre ambos países puede resumirse en una reciente declaración de la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, en conmemoración del Día Nacional de China: “China es buena para los Estados Unidos y una próspera nación es buena para China”. Sin embargo, la percepción de la rivalidad entre Beijing y Washington no se irá rápido, y no lo hará tampoco hasta después de esta elección.