La confirmación del entendimiento con los acreedores externos resultó una bocanada de oxígeno para un país convaleciente, que atraviesa una de las peores crisis económicas de su historia.

La misión que el presidente Alberto Fernández le había encargado a Martín Guzmán cuando le ofreció el cargo de ministro de Economía alumbró, ocho meses después, su primer resultado positivo y, salvo algunas excepciones, despertó algarabía, satisfacción, alivio y cierta cautela en el mercado financiero, miembros del arco político y economistas, según el espacio que ocupen en el amplio espectro ideológico.

En definitiva, empezar a poner las cuentas en orden implica un síntoma saludable tanto para el sector público como para el privado y, necesariamente, requiere reforzar el tratamiento para evitar una recaída que diluya lo conseguido. Y para ello, en un país con un déficit fiscal muy elevado, alta inflación y profunda recesión, es importante definir cuál será el camino a seguir.

Como señaló el ex viceministro de Economía kirchnerista, Emmanuel Álvarez Agis, la "mochila que pesaba 100 kilos" se reduce con la última oferta a 54,8 kilos y recién comenzará a cargarse en 2025, si los acreedores le ponen la firma a lo acordado de palabra. Por delante asoma una negociación con el Fondo Monetario Internacional que podría seguir el mismo camino. Pero que también demandará dar un paso que, hasta ahora, se ha evitado: explicar cuáles serán los pilares de la recuperación económica, cómo se atraerán inversiones, de dónde surgirán los recursos para cumplir con los compromisos externos diferidos y, más aún, cómo se equilibrarán ingresos y gastos para evitar acudir, una vez más, al endeudamiento que se pretende dejar atrás.

"Ahora tenemos despejado el horizonte", dijo el Presidente, con la esperanza de que la partida de póquer que alguna vez dijo jugar con los bonistas, haya terminado. Pero en la mesa todavía hay cartas que jugar para que el país salga adelante en un escenario tan complicado como el actual, que fronteras afuera ven con escepticismo. La agencia Bloomberg y la BBC, por caso, retrataron el cierre de empresas y la fuga de multinacionales como producto de los controles de precios, divisas y otras formas de intervencionismo estatal, la volatilidad política y la burocracia sindical, entre otras cosas.

El posible rebote que dará el mercado interno el año próximo, si el Covid-19 lo permite, debería ser el envión necesario para encarar un crecimiento de largo plazo, siempre y cuando la economía mundial se recupere rápido del golpe que significa la pandemia de coronavirus y, sobre todo, el Gobierno brinde señales que permitan recobrar la confianza de los inversores e incrementar el comercio exterior. Si no, el riesgo de la recaída en un año electoral será mayor y la alegría por dejar atrás un capítulo más de la deuda externa, una mera anécdota.