Los penosos y deprimentes episodios que estallaron en cancha de Boca hace una semana confirman una característica curiosa que se repite inexorablemente en la Argentina cuando, en la práctica, se trata de comprender cómo funciona la famosa proclama del Rol del Estado en la vida política y económica del país. En el fútbol, como en tantas otras cosas, el Estado invade cada vez más el negocio de la actividad privada. Se mete donde hay dinero privado para expropiar. En los derechos de televisión, en los contratos internacionales, en el control político y de gestión de los principales clubes y la AFA. En los negocios blancos y los grises también, Pero se desentiende de la seguridad, la obligación primera del Gobierno en cualquier estado de derecho. Un Estado raro viene creciendo y multiplicándose en la Argentina, donde a pesar de la presión impositiva récord y también el récord de déficit fiscal, no se han construido muchos hospitales, ni muchas rutas, ni muchas escuelas. Mucho menos se le ha prestado a la población el servicio mínimo de seguridad. Pero a la hora de estatizar negocios privados donde hay caja para repartir, a la órden: Aerolíneas, YPF, las AFJP, los directorios de los holdings privados, el mercado de valores, parece que próximamente las ruinas de lo que queda del mercado hipotecario, y demás.
A propósito de la crisis en el fútbol, conviene detenerse en el incómodo debate sobre el rol de la Policía en la Argentina, dentro y fuera de los estadios. Un tópico que suele eludirse en los medios masivos ya que, comprensiblemente, muchos entrevistadores y entrevistados prefieren mostrarse políticamente correctos y suponen que pierden simpatía en las audiencias si defienden el accionar policial. Son décadas y décadas en radio, TV y diarios cuestionando a la Policía.
Una mirada que propongo para el debate es asumir que lo más grave que ocurrió en cancha de Boca hace una semana fueron los episodios posteriores a la salvajada consciente o inconsciente de El Panadero. Lo grave fue la hora y media que tardaron los jugadores en salir del campo, el descontrol en las calles de la Boca que impidió la salida de los jugadores y público del Estadio hasta las dos de la madrugada y, la inexplicable inacción policial ante un centenar de plateístas exaltados que arrojaban botellas filmados por la televisión.
El punto que no es tan inexplicable la inacción policial. El jefe real del operativo, Sergio Berni, explicó una y mil veces por la televisión que la orden a la policía, dentro de los estadios, es no intervenir. Sugirió que esa determinación es porque los responsables de los clubes dejan entrar a los violentos a la cancha. Le sirvió el argumento para castigar a la dupla Angelici-Macri, pero en verdad el motivo es otro. Hay un protocolo ordenado en la gestión de Nilda Garré para retirar a la Policía de los estadios. Del mismo modo que se retiró a la policía de las escuelas, los hospitales y los subtes.
Es probable que en la dirigencia del fútbol convivan hombres de bien con gente de avería. Pero no es menos cierto que sin la Policía, es decir sin el verdadero rol del Estado en su lugar, no hay posibilidad alguna que se pueda cumplir la ley. Ni organizar partidos de fútbol, ni recitales, ni transitar por las calles.
Un hecho objetivo es que existe una decisión política de retirar a la Policía de los estadios y de las calles. Y en verdad luce como un eslabón absolutamente coherente con la decisión política de estos años de desarmar a las fuerzas de seguridad y trabar por todos los medios el accionar de la Policía. Viene ocurriendo hace mucho tiempo y reconoce múltiples orígenes. La guerra sucia de los 70, ideología, crisis de valores, corrupción entre policías, políticos, jueces, delincuentes. Millones de argumentos. Pero algo habrá que hacer, salvo que se insista en continuar viviendo y asistiendo a espectáculos, sabiendo que no se cuenta con la Policía. Tal como se observa en la actualidad, la calle y los estadios van siendo ganados por los violentos. Parece complicado vivir sin policía disponible. Por otra parte el Gobierno, con los impuestos que cobra, como mínimo debería asegurar la prestación del servicio de seguridad con una policía medianamente profesional. Llevamos más de 30 años de democracia.
Sin embargo, y para amargura de todos, los acontecimientos son contundentes, Y confirman esa característica tan criolla del estatismo nacional. El Estado llega y se involucra donde haya un negocio y caja para expropiar. Donde hay una obligación, la culpa es de los demás. Como diría el popular Berni, de la gente, de los clubes, de los dirigentes, de los jueces y fiscales. El Gobierno es rápido para reorganizar el negocio del fútbol por TV y los negocios de la AFA. Pero para intervenir en serio, con la fuerza de la ley y la Policía, defendiendo a la mayoría de la gente de las minorías violentas, allí el Estado se borra.
Desde una mirada más político-empresaria, un aporte inteligente distribuyó por redes sociales la consultora Verónica Cheja, de Urban. Explica que lo que se observó en la Bombonera es la completa inexistencia de un plan de crisis ante un cisne negro. Una desatención injustificable en hombres que manejan un negocio millonario como el fútbol y que concentran multitudes cada domingo en los estadios. Si a una petrolera internacional le estalla un pozo de petróleo en cualquiera parte del mundo, desde el presidente de la compañía hasta el último playero de una estación de servicio saben qué hacer, qué decir, cómo comportarse. Existe un protocolo que se trabaja y practica antes que un imponderable suceda. Hemos visto atentados terroristas en eventos deportivos y, por cierto, nadie está exento que se le cuele un desquiciado. Pero lo más grave que se verificó en cancha de Boca, insisto, fue todo lo que ocurrió después del accionar del Panadero. Alguien en el fútbol argentino tiene un plan de crisis? ¿Los jugadores, tienen indicaciones de los clubes o de la AFA de lo que se debe hacer ante una situación como la que se dio. Que algunos jugadores de Boca hayan saludado a la barra es sólo culpa de ellos? La policía no los protege. Ni a ellos, ni a los dirigentes, ni a nosotros. Todo fue improvisado. Y los costos, para los improvisados, están a la vista.