A los dirigentes políticos argentinos les gustan todas las nuevas tendencias. El marketing electoral; actuar en el programa de Marcelo Tinelli o arder en discusiones en sus cuentas de twitter. No hay río desconocido en el que no se sumerjan. Sin embargo, los muchachos (y las muchachas, claro) cuya profesión es disputar el poder se siguen resistiendo al debate. Al histórico ejercicio de exponer las bondades de sus propuestas, de confrontarlas con las de los adversarios y convencer a los ciudadanos de lo bueno que sería votarlos. Nada más simple que promover sus virtudes antes del día sublime de la elección. Pero nada de éso los convence. Hace tres décadas que los candidatos a cualquier cargo prefieren eludir olímpicamente el debate con sus oponentes y está claro que la única razón de semejante despropósito es el miedo.
n Angeloz y después. No es que a todos los políticos les haya ido mal con los debates preelectorales. En 1987, Antonio Cafiero le sacó una luz a Juan Manuel Casella en el debate y después llegó a la gobernación bonaerense. En 2003, Aníbal Ibarra lució algo mejor que Mauricio Macri ante las cámaras y logró su reelección en la Ciudad al domingo siguiente. Son las excepciones de una historia mucho más rica en deserciones. Lamentablemente, en la Argentina impera la regla de que el que va ganando en las encuestas no debate con los que vienen atrás. La inauguró Carlos Menem en 1989 cuando no fue al debate en el programa Bernardo Neustadt y Eduardo Angeloz intentó estigmatizarlo poniendo una silla vacía en el estudio de TV. Pero no le sirvió de nada porque Menem lo venció igual y con mucha holgura.
n La comedia porteña. Esta semana fueron Macri y Daniel Filmus los que se enredaron en la comedia triste del debato o no debato. El candidato kirchnerista ya había firmado para confrontar en TN pero Cristina le bajó el pulgar al canal de noticias del Grupo Clarín e impidió un debate que, a juzgar por las últimas encuestas, era más necesario para Filmus que para el jefe de gobierno. Allí está el ex ministro tratando de llevarlo a Macri a alguna tribuna universitaria para invertir la carga de la prueba pero no parece que vaya a tener suerte. También intenta dar su propia batalla la candidata de la Coalición Cívica, María Eugenia Estenssoro, que propone reglamentar los debates en la Ciudad para que no sea una cuestión de último momento. El resultado es que, salvo algún milagro, los porteños van camino a quedarse sin verlos discutir por la Policía Metropolitana, la bicisenda o el metrobus.
n Debate obligatorio. Uno de los indicadores más increíbles del país adolescente es que nunca tuvo un debate presidencial en toda su historia. Tomemos la institucionalidad más reciente, que para nosotros se retomó en 1983, y veremos que ni Alfonsín, ni Menem, ni De la Rúa, Duhalde, Kirchner o Cristina pasaron por la prueba del debate de campaña que tanta expectativa despierta en los Estados Unidos o en algunos países de Europa. Ni en la TV privada ni en la estatal. Nada. Allí anda naufragando por los pasillos del Congreso un proyecto del diputado del GEN, Gerardo Millman, para que sea obligatorio debatir en las elecciones presidenciales. No estaría mal ya que la burocracia del poder no muestra voluntad de hacerlo por sí misma. Sería una inyección de sensatez para una Argentina en donde la Presidenta no da reportajes ni conferencias de prensa. Donde los actos oficiales de campaña se transmiten por cadena nacional y la discusión de ideas se parece más a un campeonato de intolerancia que a un ejercicio democrático para someterse al escrutinio inevitable de la sociedad.