Es muy difícil trazar una línea que determine quién debe hacer un mayor esfuerzo cuando la Argentina se encuentra en una situación de crisis, y quién no. Con un nivel de pobreza estimado en 40%, identificar a los que necesitan ayuda del Estado con urgencia es más fácil, aunque eso no implica que la posibilidad de ayudar a todos sea real. Del otro lado, los que hasta ahora han hecho el esfuerzo son siempre los mismos: son aquellos que están en la parte alta de la pirámide, con ingresos excedentes y capacidad de ahorro. El problema es que el justificativo de pedir una nueva contribución se vuelve más débil a medida que el reclamo se hace recurrente. Los contribuyentes que pagan impuestos y tienen su dinero en blanco tendrán que pagar más. Una vez más. Se preguntan por qué cada determinada cantidad de años (cuatro, ocho diez) la Argentina los somete a pagar una suerte de aporte extra, como si los responsables de la mala praxis fueran los ciudadanos y no sus dirigentes.

El Gobierno le está pidiendo a los partidos políticos con representación en el Congreso, pero sobre todo a los empresarios, a los gremios y a las entidades intermedias, que se pronuncian a favor de este reseteo de la economía, que implica un nuevo orden solidario (con un considerable aumento de impuestos para redistribuir entre jubilados y beneficiarios de planes sociales) y un acuerdo económico y social que fije pautas macroeconómicas básicas. La principal razón por la que todo este movimiento tiene que cerrar como un plan consistente, es porque el Estado tiene déficit y se quedó sin financiamiento. Y la forma de hacerlo es pidiendo a los acreedores que resignen parte de la renta que ofreció el gobierno anterior, por un lado, y aplicando un esquema tributario que refuerce los ingresos del Tesoro, con el objetivo de llegar a un equilibrio primario y luego a un superávit.

Para los partidos solo se trata de levantar la mano y votar. Para los empresarios y contribuyentes, se transforma en una obligación que impone cuotas de esfuerzo compartidas que arrastran un significativo desgaste. Porque no son los accionistas los que resignan ingresos: también son las compañías las que deben enfrentar escenarios de ajuste por menos ventas o menos rentabilidad.

No es una ecuación fácil. Los contribuyentes se preguntan por qué a mi otra vez, y no a los que tienen un ingreso garantizado por el Estado. Por qué a los que exportan y no a los que tienen privilegios dentro del sector público. Por qué a los que producen y venden, y no a los que reclaman como único medio de vida.

Lo que aprendimos es que el costo de las crisis es mayor que el costo de arreglarlas. Y que no hay otro país al que podamos mudarnos. Si el esfuerzo hay que hacerlo, el desafío es no hacerlo a medias, para que la Argentina no caiga otra vez en un ciclo de arranque y caída.