El pasado 10 de marzo regresé a Buenos Aires, luego de un corto viaje a Estados Unidos; a partir de entonces he estado en cuarentena en mi hogar. Recorrerlo me hace retornar a mi niñez, a mis libros preferidos, me siento Gulliver en el País de Liliput, sin siquiera salir a la puerta de calle. En ese extraño país, llamado mi hogar, todo se ha achicado, pues es claro que yo no me he agrandado, por lo menos así lo atestigua mi ropa. A pesar, por cierto, de haber engordado, no parezco el increíble Hulk.

Me levanto temprano, el confinamiento ha alterado mi ciclo del sueño. Entro en la cocina, y al secarme las manos con una hoja de papel de un rollo de primera marca noto como el mismo se angostó, dejando un amplio espacio vacío en el portarrollos. Desayunar constituye una experiencia curiosa en sí misma. Muchas marcas de galletitas han perdurado a través de los años, sin embargo el tamaño de sus paquetes y a veces, aparentemente, hasta su grosor, ha disminuido.

Soy rutinario, decido ducharme antes de concurrir al supermercado, mi paseo del día. Confieso que siempre utilizo la misma marca de jabón, al igual que el mismo desodorante y el mismo dentífrico, de lo que no hay duda es que su tamaño se ha reducido, clara evidencia de ello lo constituye la jabonera en la cual el diminuto jabón se mueve a sus anchas. Y qué hablar del desodorante, cuyo envase ha adelgazado a simple vista y del cual es necesario tener un pequeño stock pues su contenido se agota con facilidad.

Hora de visitar el supermercado, un paseo en tiempos de cuarentena. Sus pasillos vacíos, dado los pocos clientes que podemos realizar nuestras compras simultáneamente, me invitan a distraerme leyendo los envases de papas fritas, los cuales contienen más aire que producto dentro; la disminución en calorías de productos panificados, probablemente por el menor tamaño de las rebanadas y qué hablar del papel higiénico.

Cómo no recordar aquellos setenta y cuatro metros, la medida estándar de un rollo hace no tantos años. Al leer las especificaciones, en la amplia variedad de marcas que se ofrecen, encuentro múltiples rollos de tan sólo treinta metros, menos de la mitad de aquellos tradicionales setenta y cuatro.

Le propongo que chequee Ud. mismo, si no estoy en lo correcto. Si aún los huevos se han achicado, un huevo de un tamaño normal hoy se denomina huevo extra grande, mientras que los huevos a los cuales podría llamar estándar parecen fruto de algún experimento genético entre una gallina y una codorniz.

Regreso a casa y me detengo en un quiosco a comprar chocolates. Todo vale en tiempos de cuarentena para generar endorfinas, el tema es que la marca que consumo con cierta habitualidad achico sus paquetes y, no sólo ello, sino que el producto es más fino de lo que mi paladar recuerda,

¿Por qué sucede esto?Inflación oculta es la respuesta; afecta nuestro bolsillo significativamente, en forma similar al incremento en los precios, pero le prestamos mucha menos atención.

Es simple, la inflación oculta consiste en ofrecer una menor cantidad de un producto de tal forma de no tener que aumentarlo en forma significativa, dado que los consumidores somos menos sensibles a un cambio en la cantidad del producto ofrecido a un determinado precio, que frente a una modificación de dicho precio.

El hecho que se intensifique esta práctica es un claro síntoma de alarma, de la misma forma que la reducción de la presión en el barómetro lo es de un frente de tormenta, y vale la pena no dejarlo pasar desapercibido.

¿Es producto del complicado escenario económico que la pandemia ha generado? Sí y no. Estamos viviendo una situación de emergencia, pero la mejor prueba que este hecho no se ha generado exclusivamente por dicha situación, es que he publicado, en este mismo medio, hace exactamente diez años, un artículo titulado: “Setenta y cuatro metros de inflación oculta. Creo que mejor evidencia, imposible.