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Recientemente, en el Congreso de la Nación, organizamos un encuentro titulado "El futuro es ahora: humanos y robots, hacia una nueva sinergia laboral argentina". Allí, mientras observaba a un robot cuadrúpedo -de esos que parecen salidos de una película- recorrer el salón, pensé en cómo las revoluciones tecnológicas, desde la imprenta hasta la inteligencia artificial, siempre generaron miedo. Pero también en cómo, sin excepción, terminaron ampliando horizontes.
El miedo es comprensible. Cuando en la comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, en la que participo en el Congreso, escucho frases como "esto va a destruir empleos" o "hay que frenar la IA", recuerdo a Gutenberg y cómo su invento fue visto como una amenaza. Sin embargo, hoy nadie duda de que la imprenta democratizó el conocimiento. La disrupción tecnológica no es nueva; lo nuevo es la velocidad y la transversalidad con que esta -la IA, la robótica, la realidad aumentada- impactará en nuestras vidas. No habrá sector que no toque.
El encuentro en Diputados fue una jornada intensa, con especialistas, empresarios, académicos y funcionarios. Pero, sobre todo, fue una invitación a mirar de frente esta disrupción tecnológica. A dejar de aplicar categorías del pasado para entender fenómenos del presente. A dejar de pensar que esto es algo que les pasa a otros.
La inteligencia artificial está en nuestros celulares, en nuestras casas, en nuestras decisiones. Y su presencia sólo crecerá, nos resulte seductora o incómoda.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos ponemos de espaldas? ¿La negamos? ¿La frenamos? ¿O la abordamos con seriedad, con responsabilidad, con inclusión?
No lo niego. Hay riesgos. Pero también hay oportunidades. Y si no las vemos, si no las enfrentamos, si no creamos las condiciones para que sean oportunidades para todos, entonces sí, vamos a tener un problema.
Soñar para incluir
En 2016, como presidenta de la Fundación Banco de Córdoba, visité pueblos como Guanaco Muerto o Estancia Catalina, en el interior profundo de mi provincia. Muchos jóvenes me decían que solo aspiraban a tener empleos tradicionales, porque no conocían otra realidad. ¿Cómo imaginar ser CEO de una empresa si nunca viste un edificio en Singapur o no tuviste acceso a Internet? La tecnología no es sólo eficiencia; es la llave para ampliar los sueños. Si no damos herramientas para soñar, excluimos. Por eso, cuando hablo de innovación, lo hago desde lo inclusivo: no es "adaptate o morís", sino "imagina qué más podés ser".
Crear condiciones: más allá del wifi
Pero soñar no basta. Hay que crear condiciones concretas. Primero, educación. Las universidades no pueden seguir enseñando como en el siglo XX. Necesitamos métodos híbridos, docentes formados en IA y carreras que preparen para los trabajos del futuro -no solo para los que ya existen-. Segundo, infraestructura. Argentina mejoró en dispositivos, pero nuestra conectividad es débil. Sin Internet en Guanaco Muerto, no hay sueño posible. Aquí, el plan de fibra óptica de Córdoba -que llevamos adelante con el ex.gobernador de Córdoba Juan Schiaretti- fue un ejemplo: usar gasoductos para tender redes digitales.
Y tercero, normativas claras. La IA puede usarse para crear deepfakes o para diagnosticar cáncer. Como con la dinamita -que abre caminos o mata-, la clave está en regular los riesgos sin negar el progreso. Actualizar la ley de protección de datos y formar a la ciudadanía en ciberseguridad son pasos urgentes.
Creo que el Estado tiene un rol clave. No para competir con el sector privado, sino para acompañarlo, para regular, para proteger, pero también para impulsar. Para crear, otra vez, condiciones.
¿Y por qué no, a innovar también desde el Estado? Como hicimos en Córdoba con el fondo "Córdoba Ciudad Inteligente", que creamos junto al BID Lab. Un fondo que invierte en startups tecnológicas que aportan soluciones concretas para mejorar la vida de las personas.
Una de ellas es Aipha-G, una empresa cordobesa que combina inteligencia artificial con realidad aumentada y robótica. Empezaron con experiencias educativas y culturales -como visitas virtuales a museos o dinosaurios que aparecían en el zoológico- y hoy están desarrollando soluciones para la industria, la seguridad y la salud. Desde Córdoba, para el mundo.
¿Por qué la menciono? Porque representa lo que creo que hay que hacer. Porque muestra que se puede innovar desde el interior del país. Porque demuestra que el sector privado y el público pueden trabajar juntos. Porque es un ejemplo de cómo la tecnología, bien usada, puede mejorar la vida de la gente. Y porque, como dijo su fundador, Sergio Cusmai, los robots no vienen a reemplazar a las personas, sino a colaborar con ellas.
El caso Aipha-G: cuando Córdoba mira al futuro
Precisamente, en el encuentro del Congreso Aipha-G mostró cómo la IA y la realidad aumentada ya son aliadas. Sus robots cuadrúpedos inspeccionan plantas industriales; sus aplicaciones llevan museos a las casas durante pandemias. ¿Por qué destacarlos? Porque encarnan tres ideas fuerza:
- Innovación local: Córdoba tiene un ecosistema emprendedor que compite globalmente.
- Colaboración público-privada: En la gestión del ex intendente Martín LLaryora, hoy Gobernador de la provincia, impulsamos la modernización de la Ciudad bajo una estrategia GOVTECH, alianzas donde el Estado se vinculaba con startups locales -como la de Aipha-G entre otras- para desburocratizar los trámites administrativos, simplificandolos, mejorando la relación con la comunidad y con su sector productivo. El resultado: ciudadanos que pueden hacer los trámites desde su casa, sin realizar largas y eternas colas.
- Humanocentrismo: Estos robots no reemplazan personas; las liberan de tareas repetitivas para que se dediquen a realizar trabajos más creativos.
No hay bala de plata, pero sí brújula
El Banco Mundial advierte que entre el 26% y 38% de los empleos en Latinoamérica se verán afectados por la IA. La cifra inquieta, pero también revela oportunidades: hasta un 14% de puestos podrían volverse más productivos. La diferencia la harán las políticas públicas. No se trata de gastar en robots, sino de invertir en capacitación, conectividad y marcos éticos.
Claro que hay que tener cuidado. Claro que hay que legislar. Claro que hay que proteger los datos, la privacidad, la identidad. Pero no desde el miedo. Desde el conocimiento. Desde la anticipación. Desde la confianza en que podemos hacerlo bien.
Y sobre todo, desde la convicción de que esto no es sólo una cuestión técnica. Es una cuestión política. No partidaria, pero sí profundamente política. Porque tiene que ver con el tipo de sociedad que queremos construir. Con si vamos a dejar que esta revolución profundice las desigualdades, o si vamos a usarla para achicarlas. Con si vamos a dejar que nos pase por encima, o si vamos a subirnos a ella para conducirla.
Yo elijo lo segundo. Y por eso insisto: soñar también es una política pública. Y hoy, más que nunca, necesitamos políticas públicas que nos ayuden a soñar.