La política puede tener grietas, pero la democracia no. Es lamentable que la Argentina todavía deba sobrellevar, sobre su espalda, la violencia que ejercen grupos que no tienen ningún respeto hacia el rol que cumple el Parlamento, institución que representa la voz de los ciudadanos. Que una minoría con ínfima representatividad popular crea que una piedra es mejor instrumento que un voto, es una muestra del camino que le falta recorrer a nuestro país. Lo que es difícil de entender es que dentro del Congreso no hay una mirada uniforme sobre cómo deben actuar los legisladores cuando un grupo violento pretende imponer su voluntad con una agresión que no fue espontánea.
Los diputados de la oposición chocaron con sus pares de Cambiemos, cuando reclamaron detener la sesión como forma de manifestarse contra el accionar de las fuerzas de seguridad, que para esa hora ya habían apelado a los gases lacrimógenos. Exigían que se presente el responsable del operativo, y esos cruces casi motivan que referentes de ambos sectores terminaran a los golpes en pleno recinto.
A esta altura de la Argentina, y mucho después de la batalla campal que se dio en diciembre pasado (en el mismo escenario) por la discusión de una reforma previsional, sería deseable que los diputados que salgan a la calle cuando vuelan las piedras, lo hagan para tratar de persuadir a los violentos para que los dejen hacer su trabajo. Un mensaje de todas las fuerzas representadas en el Legislativo en contra de este tipo de agresiones ayudaría a separar mejor las aguas. No puede haber en la política tolerancia hacia este tipo de actitud, en la que solo importa hacer fracasar a un poder del sistema republicano. Les toca a los diputados y a los senadores asumir la responsabilidad de la sanción de las leyes, aún cuando no sean lo que cada uno aspira. No es demasiado pedir: solo se trata de cumplir las reglas.