El liderazgo político argentino define, por estos días, su estrategia de cara a las próximas elecciones presidenciales, que se celebrarán a fin de año. Si bien es sabido que este desafío no será sencillo para nadie, existen buenas razones para creer que el presidente Mauricio Macri logrará un segundo mandato.

Ante este escenario, no obstante, cabe preguntarse si Cambiemos tiene definido cuál es el plan que pondría en marcha en caso de alcanzar un nuevo triunfo. Dicho de otra manera: si el actual partido que gobierna triunfa, ¿tiene claro qué hacer y cómo para salir de la crisis?

Después de tres años de gobierno, la Argentina muestra resultados importantísimos e indiscutibles: se institucionalizó la transparencia en el funcionamiento del Estado y en la ejecución de la obra pública, además de haber conseguido la apertura al mundo y el reposicionamiento internacional del país. En el plano interno, también, la lucha contra el narcotráfico comienza a dar buenos resultados.

Desde el lado de la gestión, es un acierto el reacomodamiento de los Ministerios: los veintiún que había en 2015, a comienzos de la era Macri, más que de especialización de tareas hablaban de disgregación.

Sin embargo, la administración actual tuvo un error clave: estos logros no se inscriben en un plan político y económico global preciso. Vivimos en un mundo de alta volatilidad, caracterizado por su incertidumbre, complejidad y ambigüedad. En este contexto, una estrategia exitosa exige ser sometida al seguimiento y ajuste continuos, los que solo son posibles si se cuenta con el liderazgo adecuado y una forma de organización correcta.

En el plano económico, la situación argentina posterior al saqueo kirchnerista era por demás compleja: nada podía abordarse sin tener el problema como un todo siempre en mente. Pero ante ese escenario, Cambiemos disgregó la toma decisiones y descentralizó el poder. Así, en vez de un liderazgo fuerte, generó un conjunto de operadores de gobierno tratando de optimizar su pequeño espacio de acción.

El presidente Macri hizo lo contrario de lo que una teoría seria sobre la estrategia postula en estos casos: manejo sistémico de la crisis mediante un plan económico priorizado, bien comunicado a la población y liderado por una cabeza en el marco de una estructura organizacional adecuada.

La buena estrategia comienza siempre por un buen diagnóstico, continúa con la definición clara de prioridades y un plan de acción, y necesita de una estructura de liderazgo alineada con las tareas a encarar. Cambiemos, desafortunadamente, comenzó su gestión con un mal diagnóstico y optó por el gradualismo. Es decir, por una solución sin antecedentes de éxito como respuesta a una situación límite como la de Argentina en el 2015. Estos errores, cuyas consecuencias son inmediatas, sólo se entienden por una falta de visión y autoridad.

Los desaciertos en la estrategia y el liderazgo se pagan caros: naciones en ruinas, enorme sufrimiento humano, atraso en el progreso. La Argentina devino un caso de estudio internacional por su persistencia casi centenaria en yerros continuos.

En 2019, tenemos la oportunidad de exigir a Macri que establezca una visión y lidere una estrategia para alcanzarla. Una planificación definida, clara y bien comunicada que capitalice y profundice los logros parciales concretados.

Decía el célebre militar y filósofo de la antigua China Sun Tzu que las tácticas sin estrategia son el ruido antes de la derrota. Entonces, que la celebración de un nuevo triunfo electoral no nos ensordezca. Que sea, por el contrario, el comienzo de una oportunidad histórica de encauzar a la Argentina hacia el progreso y la prosperidad.