

La Argentina está condenada a sobrellevar las consecuencias de la política doméstica de Brasil, ya que por su condición de principal mercado de la región, el socio mayor del Mercosur tiene las condiciones necesarias para impulsar el despegue de la región, pero también para hundirla.
Cuando Brasil era una de las estrellas en ascenso de los BRICs, las empresas que tenían interés en el cono sur miraban la suma de todos sus mercados y alimentaban proyecciones de inversión que multiplicaban las oportunidades.
Pero cuando la recesión empezó a golpear, se le sumó el efecto de uno de los mayores escándalos globales de corrupción, que puso en jaque a todo el sistema de contrataciones de obras del Estado brasileño. La parálisis de la construcción pública y del plan de Petrobras, causó un impacto previsible: profundizó más la caída.
La crisis institucional ya provocó la salida de un presidente (Dilma Rousseff), el procesamiento y condena de otro (Lula Da Silva) y una denuncia contra el actual (Michel Temer) que podría forzarlo a dejar su cargo. Sin embargo, en su economía no se percibe una parálisis acorde a la incertidumbre política.
Después de haber tocado fondo, Brasil tuvo un superávit comercial récord y en julio sus importaciones totales avanzaron 6,1%, después de haber caído 1,4% anual en junio. La Argentina no está aprovechando del todo este repunte. Por un lado, las exportaciones locales cayeron y perdieron participación en el total del mercado vecino. Por el otro, las compras aumentaron significativamente (30% en siete meses) sobre todo por autos y otros vehículos de transporte y carga.
Brasil está conducida por el presidente con el menor nivel de popularidad alcanzado por un mandatario, pero sus empresas parecen no bajar los brazos. En nuestro país, el resultado electoral de una elección legislativa hoy es visto como un factor capaz de desarticular un proceso de crecimiento desparejo e imperfecto, pero que garantiza una subadel PBI de al menos 2%. A veces la actitud dice más que las políticas.














