

msterdam salió de un cuento. Provoca, en quienes la visitan, un choque de sensaciones y sentimientos. Es que cada rincón de la ciudad es pintoresco. Multicultural, vibrante y cosmopolita, combina la belleza del marco histórico, de los canales que la envuelven y de cada vivienda: prolijas, similares, combinadas pero tan distintas cuando se las mira en profundidad, cada una de ellas, construida sobre pilotes de madera hundidos en la arena, tiene su encanto.
Un argentino jamás pasará desapercibido en msterdam. O, al menos, cada holandés se tomará unos segundos para hacer mención a Máxima Zorreguieta, la princesa de los Países Bajos, que se suma a los también reconocidos Diego Maradona y Lionel Messi. "Es el miembro más querido de la realeza", repiten en cada esquina. Y cuentan que desde que pisó esa tierra, algo cambió. Para empezar, los restaurantes de carne argentina inundaron la ciudad: Gaucho, Tango y el más dutch, Argentinean Steak.
Canales en red
La historia marcó el tejido urbano de msterdam. Sus primeros habitantes fueron granjeros y pescadores que llegaron a la zona por el río Amstel y construyeron los canales que enmarcan la urbe. El propósito era hacer habitable la región y, para ello, debían controlar las dificultades del terreno pantanoso. Así, construyeron el primer dam (dique, en español) para contener las aguas. Poco a poco, se montó la ciudad, debajo del nivel del mar, que recibió el nombre de Amstel-Dam (dique en el río Amstel), para convertirse finalmente en msterdam.
Y son justamente los canales los que le dan a la ciudad su aspecto característico.
El más importante, rodeándola por el lado del continente, tomó el nombre de Singel (significa encerrar), al que luego se sumaron otros tres, concéntricos: Herengracht, Keizersgracht y Prinsengracht. Desde el aire, se aprecia mejor el típico diseño interconectado del centro histórico. Porque, en la actualidad, la ciudad cuenta con más de 160 canales, sobre los cuales se ensalzan 1.281 puentes, 8 de los cuales se elevan para dar paso a embarcaciones de gran tamaño. La limpieza, en semejante éjido urbano, es protagonista: cada noche se cierran una decena de esclusas citadinas y se bombean 600 mil metros cúbicos de agua a los canales. De este modo, cada tres días se renueva toda el agua que circula por allí.
Desde luego, una de las visitas que no defraudan es el recorrido en barco a través de esa red de canales. Uno de los tours en oferta es KLM Houses Canal Cruise, que permite conocer las casas más representativas de la ciudad según la elección que renueva la aerolínea, anualmente, con motivo de su aniversario. Así, cada 7 de octubre, la firma creada en 1919 elige, simbólicamente, una casa de la ciudad para sumar a su colección, y sus réplicas en miniatura son obsequiadas a -y atesoradas por- los pasajeros de Business Class de la línea aérea.
El recorrido permite también observar de cerca las encantadoras casas flotantes. Se dice que hay aproximadamente 2.400 atracadas en los canales: con diversos estilos y comodidades, comparten el privilegio de su céntrica ubicación y sus increíbles vistas al casco histórico. La leyenda urbana dice que fueron los hippies los primeros en adoptar este estilo de vida a orillas del río Amstel.
Al ritmo del pedal
Adentrarse en el interior de la ciudad, en su corazón salvaje, en sus pasiones genuinas, es fascinante. msterdam es la capital de la bicicleta. Y sorprende en qué medida. Se estima que hay unas 600 mil dando vueltas. Y no es extraño ver a la grúa sacando una bicicleta del interior de los acueductos al aire libre. Los propios habitantes bromean al contar que los canales tienen tres metros de profundidad: uno de agua, de tierra y... otro de bicicletas. Aquí los autos son casi imperceptibles. Aunque esto no hace de msterdam una ciudad más segura para los turistas. Las bicicletas están por todos lados y verlas frenar es casi una rareza. Por eso, los peatones no deben perder la atención a la hora de intentar cruzar la calle: por la senda peatonal se debe sortear el cruce de la vía para bicicletas, los autos, el tranvía... y a la inversa para el carril opuesto.
Las bicicletas inundan la ciudad con su color. No son, en general, modelos dotados de toda la tecnología, sino más bien, antiguos y con un toque retro. Esas de manubrio alto, alguna luz para la noche, carritos para llevar el bolso o para los más chicos y el timbre de lata que sirve de alerta para los peatones desprevenidos. Las estacionan en cualquier lado y contra cualquier objeto que pueda servir para asegurar el candado. Quizás lo que más sorprenda en la cultura de la bicicracia sean los estacionamientos, como el que está en la Estación Central, con espacio para 8 mil unidades apiñadas en tres plantas. Sin embargo, que el pánico no paralice. En la ciudad capaz de generar las sensaciones más disímiles, no hay tiempo que perder.
El tramado urbano está pensado para pedalear: señales de tránsito y semáforos exclusivos para ciclistas, ciclovías que llegan a todos lados y prioridad absoluta compartida con los peatones que posterga al auto a un lejano último lugar, con calles a las que directamente no puede entrar. Recorrer la ciudad en bicicleta no toma más de dos horas y garantiza el acceso a cada espacio: desde las calles más pequeñas de los barrios residenciales hasta las más céntricas.
Para quienes no se animen -o prefieran no correr el riesgo-, caminar también es un buen programa. Como siempre sucede en una urbe ajena, lo mejor es perderse, dejarse llevar. Cada dos cuadras, un puente. Sin embargo, con un mapa en el bolsillo, casi no existe la dificultad de volver al origen. De hecho, todo está cerca en la amigable msterdam.
En la plaza Dam, en pleno centro histórico, se encuentra el Palacio Real, construido a mediados del siglo XVIII para funcionar como ayuntamiento, que para mucha gente debería ser la octava maravilla del mundo por su belleza arquitectónica. También, se puede visitar la Rembrandtplein y la Leidseplein, dos plazas céntricas llenas de pubs y cafés. Pero si de gastronomía se trata, el barrio de Jordaan es uno de los epicentros de la vida nocturna de la urbe europea. Allí se concentran varios de los mejores restaurantes y bares.
El carácter multicultural de msterdam también está a la vista en esta ciudad de espíritu franco e intenciones transparentes. Es que, en la década del '60, recibió la afluencia de trabajadores emigrados turcos, marroquíes y surinameses que se asentaron en los barrios populares. Hoy, la capital holandesa ha ampliado ese espíritu mixturado. De hecho, de sus 750 mil habitantes, el 45 por ciento se reparte en 150 nacionalidades diferentes.
Respetuosa de las libertades individuales, msterdam legalizó la prostitución y su Red Light District, ubicado en pleno casco antiguo, es mucho más que un destino de interés específico: es parte de la historia y de la cultura local. La zona surgió a comienzos del siglo XII, cuando los marineros buscaban diversión tras largos períodos en altamar. Célebre por su tolerancia hacia el antiquísimo oficio y por su barrio iluminado de rojo con mujeres que se ofrecen desde las vidrieras, el área figura en el itinerario de todos los turistas que visitan la ciudad. Así, se pueden recorrer las angostas -algunas extremadamente- calles sobre las cuales se alinean las 500 ventanas en que se vende sexo, intercaladas por sex shops y coffee shops, como se conoce a los bares donde el consumo de marihuana está permitido, aunque únicamente a los residentes a partir de 2012.
Paraíso del arte
La ciudad cuenta con más de 40 museos, la mayor cantidad por metro cuadrado del mundo: desde aquellos consagrados a rendir tributo a artistas reconocidos hasta el dedicado al tatuaje, al erotismo o a la tortura, pasando por el de cera Madame Tussauds, el de historia judía e incluso el de la marihuana.
Completamente renovado en los últimos meses, el msterdam Museum es el centro cultural que se debe visitar en los primeros días de la estadía: combina un poco de historia, la gesta de sus primeros habitantes, las consecuencias de sus guerras con Inglaterra y Francia y las razones de las características arquitectónicas de la ciudad actual.
Otro imperdible es el museo dedicado a Vincent van Gogh: con un acervo que incluye pinturas, dibujos y su correspondencia personal, permite conocer en detalle la evolución de la obra del artista o comparar sus cuadros con las obras de otras figuras del siglo XIX que forman parte de la colección.
De otro tenor es la experiencia para quien visite el Museo de Ana Frank, ubicado en la casa donde se ocultaba el refugio, en una planta alta, donde la infortunada jovencita escribió su diario íntimo durante la ocupación alemana. Si bien Holanda trató de mantenerse neutral en la Segunda Guerra Mundial, en 1940 las tropas de Hitler tomaron msterdam y casi toda su comunidad judía -alrededor de 100 mil personas- fue deportada pese a los grandes movimientos de resistencia y solidaridad de sus vecinos. Un ejemplo de la ayuda provista a las familias judías y que se convirtió en todo un símbolo fue el caso de la familia Frank, que se escondió en una casa del Prinsengracht, hoy convertida en museo.
Dos años y medio vivieron, en un departamento secreto de esta propiedad, Otto Frank; su mujer, Edith y sus hijas, Margot y Ana. Los pisos todavía crujen mientras se accede por las estrechas escaleras al refugio propiamente dicho, donde todavía se ven las fotos de celebridades de la época que habían sido recortadas de revistas por Ana y con las que decoró la pared de la que fuera su habitación de adolescente perseguida. También allí se encuentran los manuscritos del diario original en las que la joven Ana inmortalizó su historia.
Schiphol, la microciudad
Ubicado a 15 kilómetros de msterdam, es reconocido como uno de los aeropuertos más innovadores. En 2010, registró 44 millones de pasajeros. Y cada uno de ellos encuentra su lugar. De hecho, la primera impresión es muy amigable. Cuenta con dos hoteles donde pueden descansar los pasajeros en tránsito, o también se puede optar por acceder a un servicio de duchas vip. El aeropuerto dispone de espacios de rélax de acceso libre -para recién nacidos, salas de descanso, de siesta, entre otros-, una biblioteca, salas de casino y hasta un anexo del Rijksmuseum, donde se exponen obras para quienes dejan el país sin haber tenido tiempo de visitar el museo de arte de msterdam.
En el marco de esta oferta, aparecen servicios llamativos, como la propuesta de Back to Life, que incluye un masaje con agua: 36 jets con diferentes intensidades de presión disponibles en formato de tratamientos de entre cinco y 20 minutos, donde no hace falta sacarse la ropa para disfrutar el servicio, ya que se provee de un traje impermeable, de manera que uno entra a la ducha, se relaja, deja el atavío húmedo en el casillero y sigue su camino.
Debajo del mismo aeropuerto se encuentra una gran estación ferroviaria completamente subterránea, con servicio de trenes 24 horas al día que cubren la ruta no sólo hacia el centro de msterdam sino a cualquier ciudad holandesa, a varias urbes alemanas e incluso a Bruselas, Amberes y París.
Brújula
Aéreos: KLM Royal Dutch Airlines cubre, sin escalas, la ruta entre Buenos Aires y msterdam con tres frecuencias por semana (lunes, miércoles y viernes). La aerolínea acaba de retomar el trayecto tras 10 años de inactividad. Tarifa: entre u$s 4.818 y u$s 3.700 en World Business Class, con impuestos incluidos, hasta el 18 de enero y a partir del 19 de enero, respectivamente. Sitio web: www.klm.com
Alojamiento: Hotel De L'Europe. Tarifa: 339 euros por noche en habitación superior (más 5 por ciento de tasas). En habitación deluxe con vista al canal, el precio ronda los 439 euros la noche.
Sitio web: www.leurope.nl











