

Texto: Javier Martínez Zuviría
Por esos avatares de los límites geográficos, el Parque Provincial Ischigualasto (Valle de la Luna) pertenece a San Juan, y el Parque Nacional Talampaya, a La Rioja. Sin embargo, aunque están divididos, son complementarios. El valle sanjuanino es más antiguo: comenzó a gestarse unos 225 millones de años atrás, en el período Triásico, pero continuó incorporando formaciones en distintas etapas, lo cual puede comprobarse por la estructura de sus piedras. El parentesco entre los dos parques se da en la formación Los Colorados, las montañas de rojo intenso de Ischigualasto que corresponden a la misma formación que los inmensos paredones de Talampaya. Estas montañas surgieron millones de años atras, cuando se produjo el plegamiento de la Cordillera de los Andes, un cataclismo que coincidió con la desaparición de los antiguos dueños de la región: los dinosaurios.
¿Por qué estos dos parques merecen una visita? Talampaya, porque es una maravilla de la naturaleza que invita a recorrerla, caminarla, pasear por sus cañones y desfiladeros de piedra roja, asombrarse con la altura de sus paredes de 150 metros, perder la mirada junto a los cóndores que vuelan en las máximas alturas aprovechando las térmicas, como verdaderos parapentistas naturales en el impecable azul del cielo... ¿Y por qué conocer Ischigualasto? Porque, además de que su paisaje es sobrecogedor, inquietante, distinto, es un lugar ideal para la ciencia desde el momento que permite ver, en un solo espacio, diversos períodos geológicos, como si uno caminara por los pliegues de la historia del planeta. Se han encontrado aquí fósiles de todo tipo que permiten reconstruir la antigua fauna que habitó la Tierra, desde los antiguos reptiles hasta los antecesores de los mamíferos. Es esta la razón que motivó a la Unesco a declararlo Patrimonio Natural de la Humanidad en 2000.
Para el visitante, dada la complementariedad de ambos parques, es ideal planear una visita conjunta para tener una visión más amplia, empezando, por ejemplo, por el Valle de la Luna, donde está toda la explicación de la evolución geológica de la Tierra; y finalizando por Talampaya, donde, a las razones científicas, se suman las incomparables sensaciones que provoca tanta magnificencia de la naturaleza.
El Parque Provincial Ischigualasto está ubicado en el extremo noreste de la provincia de San Juan, muy cerca del límite con La Rioja. La localidad más cercana es San Agustín del Valle Fértil, situada a unos 260 kilómetros de la ciudad capital, a la cual se llega únicamente por transporte terrestre. Es una villa preciosa: intensamente verde gracias al riego de las aguas que la atraviesan, se caracteriza por su producción de cítricos, entre los que se destaca uno sumamente curioso: la cidra, parecida en su forma y color a un pomelo, pero menos agria.
Desde la villa, hay paseos recomendados a Astica, enclave de quintas familiares donde se venden dulces de cítricos; Chucuma, junto a la quebrada del río del mismo nombre, donde se conserva un antiguo trapiche; y Las Tumanas, donde conviven ruinas de una antigua estancia jesuítica, viejos morteros y un observatorio natural para contemplar el vuelo de los cóndores. Cerca de allí está La Mesada, donde aún existen algunos olivos, los más antiguos de la región. La historia consigna que en la estancia Las Tumanas (nombre de origen huarpe) los jesuitas tuvieron grandes plantaciones de olivares, pero los árboles (al igual que los implantados en otras regiones del país) fueron destruidos por orden de Carlos III a fines del siglo XVIII, dado que constituían una importante competencia para la producción aceitera de España.
Pasado planetario
La visita al Valle de la Luna puede demandar de dos a cuatro horas, dependiendo del paseo que se organice. La época ideal es la primavera y el otoño, ya que predomina en la región un clima seco con importante amplitud térmica, que puede provocar mucho calor en el mediodía del verano y mucho frío en la tarde del invierno.
El área que abarca el parque es de unos 50x15 kilómetros, aunque el sector habilitado al turismo es bastante menor. Con la ayuda de un guía es posible ir identificando las formaciones, distintas en su origen. La más antigua es Ischichuco, ubicada en el noroeste; y luego está Los Rastros, una formación de hondonadas y valles, algunos cerros, poca vegetación y la presencia de pumas dispersos al acecho de guanacos y vizcachas. Aquí se han hallado restos fósiles de vegetales y animales anfibios, lo cual le ha permitido suponer un ambiente previo con lagunas, pantanos, generosa vegetación y abundante fauna.
En orden decreciente en cuanto a su antigüedad a Los Rastros le sigue la formación Ischigualasto, ubicada en el centro del predio. Es la postal más característica del parque: lomadas y formas redondeadas de colores verdes y grisáceos, pequeños desiertos blancos y, al fondo, alguna escultura natural, todo producido por la erosión del viento y el agua. Es este el paisaje que inspiró al periodista Rogelio Díaz Costa, en la década del ‘70, a darle la denominación de Valle de la Luna. Es un paisaje con formas tan originales como Los vagones y la Cancha de bochas, a las que se suman las elocuentemente bautizadas Esfinge, Lámpara de Aladino y el Gusano.
En cuanto a la paleontología, la formación Ischigualasto es la que más fósiles ha aportado a la ciencia, incluido un bosque petrificado. Si quisiéramos imaginar esta tierra más de 225 millones de años atrás, la veríamos llena de inmensos animales caminando entre valles y ciénagas, comiendo vegetación y frutos. Luego, llegarían los grandes cambios: el clima húmedo dio paso a uno más seco que hizo desaparecer los pantanos y la vegetación, dejando lagunas dispersas y algún cauce formado por ocasionales lluvias.
Siguiendo el camino que propone el guía, llegamos a las vistas más características de Ischigualasto: el Submarino y el Hongo. Ya estamos a altura suficiente para observar el valle en perspectiva y vislumbrar, al fondo, las formaciones más recientes, que aseguran el parentesco con Talampaya: Los Colorados. Son unas barrancas de hasta 200 metros de altura, cuyos colores varían del rojo al morado, pasando por un rosa pálido, de acuerdo a la época del año, la hora y el punto de observación. El repliegue de los Andes, sucedido millones de años atrás, fracturó el relieve y dejó al descubierto capas ocultas. La erosión del viento y el agua, más la influencia de las diferencias térmicas, ayudaron a dejar a la intemperie los distintos sedimentos de la piedra.
Camino a La Rioja
El Parque Nacional Talampaya está ubicado a unos 90 kilómetros de Ischigualasto. Se puede hacer centro en la localidad riojana de Villa Unión, unos 70 kilómetros al norte del predio. Estamos en el valle del río Vinchina, en plena precordillera, una región en la que históricamente se hacía cría de ganado que se llevaba a pie a Chile. A 65 kilómetros, en un pueblo llamado San José de la Vinchina, había un asentamiento aborigen, del cual quedan 6 estrellas geométricas de 28 metros de diámetros, dibujadas con piedras de distintos colores, que se supone que cumplían funciones ceremoniales. Hacia el oeste, pasando una angosta quebrada, se accede al Salar del Leoncito, que es donde empieza la reserva provincial de protección de las vicuñas (complementaria al sanjuanino Parque San Guillermo), y luego a la Laguna Brava, un gran espejo de agua salada alimentado por el deshielo y napas subterráneas. Su principal característica es la cantidad de flamencos blancos y rosados que adornan sus costas.
Hacia el noreste, yendo de Villa Unión hacia Chilecito (120 kilómetros) hay paisajes alucinantes, como la Cuesta de Miranda, un camino de cornisa que sorprende por su profusión de curvas y contracurvas. En un entorno de montañas de distintos colores, se divisa, hacia abajo, el río Miranda, serpenteando entre profundas quebradas.
Si seguimos hacia el norte por la ruta 40 llegamos a Famatina, donde estaban las famosas minas de oro y plata que alguna vez quisieron ser tan ricas como las de Potosí. Cuando los españoles llegaron, en el siglo XVI, pusieron en funcionamiento el sistema de mita, trabajo forzoso con el que se aprovechaba la mano de obra de los nativos para la extracción del mineral. Existían en esta región, y hacia el norte, los genéricamente denominados diaguitas, pueblos originarios que hasta unos años antes de la Conquista habían sido parte del imperio incaico, quienes vivían junto a los cursos de agua cultivando maíz, zapallo, papa, porotos y quinoa, para cuyo riego utilizaban canales artificiales y represas de piedra.
La dominación de estas tribus fue, para los españoles, una dura tarea, ya que eran de un temperamento sumamente aguerrido.
En el Parque Nacional Talampaya hay también rastros de pueblos originarios de diversa antigüedad, tales como morteros colectivos, urnas funerarias, restos de habitaciones y manifestaciones de arte rupestre, como el curioso petroglifo que recrea una mano con seis dedos. Otros habitantes más cercanos que atravesaban los cañones de Talampaya eran los seguidores de ngel Vicente Chacho Peñaloza, caudillo riojano que tenía su refugio en una cueva de la zona.
Talampaya es ideal para despedirse de esta región. Es un lugar para recorrer en vehículo y también para caminar, detenerse, mirar, descubrir increíbles formas en la montaña, dejarse llevar por el vértigo que supone mirar desde abajo las inmensas paredes rojas bajo el cielo azul profundo. Tan profundo...
También hay aquí mil esculturas talladas por la erosión del agua y el viento, y filosas paredes como lanzas, junto a la montaña. Es lindo trepar un poco, caminar las quebradas, meterse en los angostos cañadones. Ante tanta grandiosidad se percibe, como en pocos lugares, la pequeñez del hombre y la fragilidad del mundo, sólo refutada por la grandiosidad de un cóndor que planea en las alturas.











