

Sobre la infancia, aquel mundo lejano que constituye una marca decisiva en la vida de cada persona, se ocupa Alma inquieta (Edhasa), el flamante libro de la escritora Graciela Schvartz.
La autora enfoca la novela desde la mirada de Rosita, una niña de clase media de la década del 50 que vive con sus padres y hermanos, un varón y dos mujeres. La madre, hiperdidáctica y explicativa, trata que la pequeña comprenda el por qué de las cosas mientras que el padre es más expeditivo.
Durante los primeros años de vida, la niña pasa de la alegría de vivir en una nueva casa a la tristeza de sentirse segunda por el nacimiento del hermano; se entretiene sola en su mundo, como si nada más existiese, y abre los ojos enormes cuando le cuentan un cuento o se enfrenta a una experiencia novedosa; se siente grande frente al espejo con la ropa de su mamá y se ríe, cómplice, cuando la mojan con la manguera casi por error.
Con un lenguaje tierno, cercano y sin pontificar, Schvartz construye, capítulo tras capítulo, el retrato de una familia que parece no tener mayores problemas en la vida, y narra, con una prosa precisa, el mapa de afectos que de a poco conforma la cotidianidad de Rosita durante su infancia, ese tiempo irrecuperable que se hace presente sin remedio cuando una foto de la niñez evoca un recuerdo, una anécdota, algún aroma, el juguete preferido.










