

El aumento del acceso a la educación superior que durante 20 años celebraron los presidentes de la Concertación, la coalición de centro izquierda que gobernó Chile entre 1990 y marzo de 2010, hasta ahora no quiso ver la parte oscura del espejo: el endeudamiento de las familias de clase media y media baja para que sus hijos pudieran acceder a lo que en América Latina se erigió durante todo el siglo XX como el principal mecanismo de movilidad social: la educación.
Y hoy parece explotar. Más de tres meses de movilizaciones, paros nacionales y el apoyo de amplios sectores de la sociedad chilena al movimiento estudiantil son la muestra de que se ha llegado a un punto que parece no tener retorno. La cifra total de detenidos ya subió a miles; y la semana pasada terminó con la noticia de la muerte de Manuel Gutiérrez Reinoso, de 16 años, y la salida de cinco carabineros, incluyendo un general, por su responsabilidad en los hechos.
La génesis del conflicto
En Chile los estudiantes universitarios se cuadruplicaron entre 1990 y 2010 gracias a las nacientes universidades privadas, que llegaron a socorrer una demanda insatisfecha por cupos de educación superior. En el país vecino, el ingreso a las universidades públicas es limitado y se accede a través de un examen -la Prueba de Selección Universitaria (PSU)- que se pondera junto a las calificaciones obtenidas durante el secundario. Así fue como proliferaron las universidades privadas -para las que no se requiere dar el examen-, permitidas por la última ley promulgada por Augusto Pinochet, justo un día antes de dejar el poder: la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE).
Es cierto que en estos 20 años se fundaron dos o tres universidades que hoy son reconocidas por su calidad. Algunas, aunque no es obligatorio, incluso se han plegado a la exigencia de obtener altos puntajes en la PSU como parte del proceso de selección de sus estudiantes. Pero junto a éstas apareció una docena de instituciones que llenaron sus aulas con las carreras que en Chile se conocen como "de tiza y pizarrón", por la inexistencia de gasto en investigación y desarrollo. Las principales: Periodismo, Psicología, pedagogías y otras humanidades, oferta académica que terminó abarrotando el mercado laboral en estas áreas.
Círculo vicioso
Lo cierto es que se ha ido generando un círculo vicioso del que es difícil escapar. La calidad de las escuelas públicas, producto de la municipalización que también fue parte de la LOCE, donde los barrios más ricos que recaudan más impuestos tienen mejores colegios que los barrios pobres, es muy baja. Esto implica que los chicos de los barrios populares reciben una educación de menor calidad que quienes pueden pagar una escuela privada, o que viven en barrios más acomodados con buenas escuelas públicas. De esta forma, a la hora de rendir el examen de ingreso a la universidad, los niveles ya son muy dispares.
Esto produce un primer corte. Por eso en las listas de estudiantes de universidades tradicionales, como la Universidad de Chile o la Universidad Católica (que a pesar de ser privada, dependiente del Vaticano, es parte del esquema de las universidades públicas), marcan fuerte presencia los hijos de la clase media alta. El segundo corte sucede una vez dentro, y es principalmente económico. Aquellos estudiantes de clase media y media baja que logran entrar, deben postular al Fondo Solidario -un crédito otorgado por las universidades púbicas con aportes del Estado- para solventar los aranceles, que promedian los u$s 600 mensuales. Parte de la reforma de los años '80 consistió en quitar fondos a las universidades, que debieron arancelar sus carreras para poder operar. Muchos estudiantes no obtienen el crédito y esto, cada año, como un calco social, provoca movilizaciones por mayores fondos entre fines de marzo y principios de mayo. Ahora, si el estudiante finalmente consigue un monto que le permita no horadar fatalmente el presupuesto familiar, viene la deuda. Un egresado de universidad tradicional chilena puede arrancar su vida laboral con una mochila de más de u$s 30 mil, cifra que aumenta en carreras de mayor valor agregado, como Medicina.
La explosión
Hace cuatro años, cuando a pocos meses de asumida Michelle Bachelet se produjo la llamada "revolución de los pingüinos", de los estudiantes secundarios, la gran demanda era la derogación de la LOCE, ley que fue cambiada tres años después por la actual Ley General de Enseñanza(LGE). Pero en la discusión quedaron afuera amplios sectores que representaban las demandas de estudiantes y profesores, y que hoy se han vuelto a poner sobre la mesa. Por ejemplo, la LGE creó el nuevo Crédito con Aval del Estado (CAE), que aumentó el acceso de los estudiantes universitarios a pedir préstamos directamente a los bancos para pagar sus aranceles. Con un interés promedio de 6% anual, las deudas se multiplican. Hoy los deudores del CAE ascienden a 207.256 jóvenes que deben a los bancos chilenos más de 514 mil millones de pesos chilenos (poco más de u$s 1.000 millones).
La Argentina, en la mira
Esto ha provocado que muchas familias chilenas hayan comenzado a mirar hacia el otro lado de la cordillera buscando una solución. Y puesta como ejemplo por el movimiento estudiantil chileno, la educación argentina se ha colado sin querer en el debate. Según cifras de la embajada de la Argentina en Santiago de Chile, en los últimos diez años 3307 jóvenes chilenos han cruzado la cordillera para proseguir estudios superiores en universidades públicas, el 40% de los cupos ofrecidos para extranjeros. Pero esto es sólo el número de aquellos que pidieron uno de los 1400 cupos que cada año las universidades de este país ofrecen a través de sus embajadas a estudiantes foráneos. Hay una cifra fantasma que esconde a muchos que tomaron una mochila y se instalaron sin pedir permiso a nadie. Gracias al Mercosur, es muy fácil tramitar la residencia y un DNI en los países miembros del bloque económico sudamericano; y con un DNI es posible anotarse, como cualquier hijo de vecino, en una universidad pública. Los chilenos que han accedido al documento argentino subieron de 827 en 2004 a 4835 en 2010. Es cosa de echar cuentas.
Si comparamos el costo de una carrera universitaria en Chile con la gratuidad argentina, es difícil que una familia de clase media chilena resista el análisis de enviar o no a sus hijos a estudiar a la Argentina. En Buenos Aires es posible alquilar una habitación por unos $ 1000, y un estudiante sin muchas pretensiones puede vivir con otros 1000, costo que baja en ciudades como Córdoba o La Plata. Con un trabajo de medio tiempo y un poco de ayuda desde casa, es posible. z we










