Los años de Sebastián Piñera en el Palacio de La Moneda han marcado un punto de inflexión en la vida política y social de Chile. No sólo se trató del primer presidente de derecha elegido por voto popular desde 1958 -toda una marca en un país que históricamente ha votado opciones más ligadas al centro o la izquierda-, sino que sus años en el poder han estado signados, más que ningún otro gobierno desde el retorno de la democracia, por protestas cuestionando las bases del "modelo" chileno.

Las protestas estudiantiles de 2011, lideradas por la carismática Camila Vallejo, son la principal muestra de ello. La prueba de que el admirado esquema de crecimiento económico y estabilidad política chilena contaba, al mismo tiempo, con un fuerte cuestionamiento de buena parte de la población, que se veía a sí misma excluida de sus beneficios. Temas como el endeudamiento familiar y los altos costos de educación y salud, así como el rechazo al sistema previsional están hoy en el centro del debate.

Esto ha derivado en un cambio en las plataformas políticas, donde todos los candidatos a las elecciones primarias del próximo 30 de junio han debido, de una u otra forma, presentarse como conductores de ese cambio exigido.

En este sentido, según el Secretario de Estudios de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales, Sergio Díaz Oliveros, de acá a las elecciones presidenciales de noviembre, "el eje de la discusión estará enfocado en las grandes reformas estructurales políticas, como una nueva Constitución, y socio-económicas, como educación, salud y pensiones", donde las diferencias estarán marcadas por la manera en que estos temas sean abordados, ya que "existen visiones más moderadas y otras más radicales".

En esto coincide Alberto Mayol, sociólogo de la Universidad de Chile y autor del libro No al Lucro. De la crisis del modelo a la nueva era política. Mayol, una de las nuevas luminarias de la crítica sociopolítica local, agrega que si bien el camino a noviembre está marcado por la profundización de estos temas, el oficialismo se encuentra dislocado en la discusión. "Está fuera de escena, no tiene temas en la agenda y tiene que estar hablando en el terreno de la izquierda". Sin embargo, agrega apuntando sus dardos a la ex presidenta Michelle Bachelet, "lo más complejo será el problema de la confianza, porque muchas ofertas de cambio vienen desde quienes no los hicieron en su momento". Con su observación, Mayol pone el acento en una pregunta hecha por muchos ex concertacionistas que hoy buscan un nuevo hogar: ¿por qué confiar en las promesas de cambio de políticos que tuvieron 20 años para impulsarlos y no lo hicieron?

"El giro a la izquierda de Bachelet es ambiguo todavía", profundiza Mayol. "En términos de titulares es evidente, pero así fue la campaña anterior y su gobierno no fue nada parecido a la oferta". Esto, en la mirada de Díaz, "estará limitado por lo que diga la Democracia Cristiana, socia de la Concertación, que en temas económicos puede formular varias reformas, pero no así en los valores. Es decir, no creo que Bachelet se vaya tan a la izquierda para no ahuyentar el voto centrista de la DC". Parte de esta discusión se definirá una vez que se resuelvan las elecciones primarias que este 30 de junio enfrentan a Bachelet con otros tres candidatos.

Además, dice Díaz, "el problema de llevar a cabo las reformas estructurales socioeconómicas es el veto que la derecha puede ejercer por causa del sistema binominal y el alto quorum que tiene la actual Constitución".

Preliminares

En este escenario, las peleas dentro del oficialismo apuntan a dos objetivos. El primero es interno, en torno a quién será el candidato que representará al sector en noviembre, con dos hombres de muy distinto perfil.

Por un lado está el ex ministro de Defensa de Piñera, Andrés Allamand. De perfil más moderado, viene del mismo partido (Renovación Nacional) y generación que el primer mandatario y representa a una derecha que mira al centro, abierta a discutir cambios institucionales. Por otro, Pablo Longueira, de la más dura Unión Demócrata Independiente. Sin pelos en la lengua, es tan resistido por sus detractores como admirado por sus seguidores, y representa a un partido disciplinado de derecha pero de arraigo popular, fuertemente identificado con la figura de Pinochet. Vino a ocupar el puesto que dejó vacío el renunciado Laurence Golborne, el héroe del rescate a los mineros, quien no pudo soportar la presión interna de un partido que lo veía caer sin piso en las encuestas.

Hoy, a pesar de sus diferencias, los contendientes han evitado golpearse. Con pragmatismo, saben que la única manera de forzar una segunda vuelta es que quien llegue a noviembre lo haga sumando el apoyo del otro y sin demasiados rasguños para captar los votos de los electores de centro de quienes sean derrotados en las primarias por Bachelet.

Porque la ex presidenta también tiene su prueba. Abanderada de los partidos Socialista, Comunista y otros más pequeños, deberá enfrentar a los candidatos de sus socios, el radical José Antonio Gómez, el democristiano Claudio Orrego y el independiente -ex ministro de Hacienda durante su administración- Andrés Velasco. Con intenciones de voto que no superan el 5% para cada uno, Bachelet debería imponerse con facilidad. Y la diferencia que pueda o no obtener podría definir que Chile sea un país muy distinto a partir del año que viene.

De esta forma, y en la mirada de Mayol, de acá a noviembre la estrategia del oficialismo será de trinchera. "No espera ganar, sino construir un buen muro de contención de los cambios". En esto coincide Díaz, quien plantea que quien sea el candidato de gobierno "buscará resaltar su éxito macroeconómico, atacar cuestiones específicas del anterior gobierno de Bachelet y seguramente realizar una campaña del terror en cuanto a que un cambio Constitucional y de las bases socioeconómicas del país traería caos y crisis económica". Una muestra de esto ya pudo verse en las advertencias del ministro de Hacienda, Felipe Larraín, al afirmar que las ofertas políticas de "giro a la izquierda" estarían poniendo en peligro la inversión privada, deberían ser matizadas en "lo posible". Una declaración muy inusual, hay que decir, para la tradicional postura de prescindencia política que han tenido todos los ministros de Hacienda desde 1990 hasta la fecha.

"Asumiendo que se va a perder, siempre es mejor tener como excusa los expulsados y el árbitro", ironiza Mayol. z we