Señora Cristina: es la política. Fue lo que le contestó Rogelio Frigerio a Cristina Yadarola después de recibir un duro reproche en ocasión de la visita que hiciera a la casa del que fuera embajador argentino ante los Estados Unidos en compañía del Presidente Frondizi. La indignación tenía que ver con las críticas que los dirigentes del Partido le hicieron a su padre cuando presentó un plan para revertir la crisis energética, apoyado en la colaboración y financiamiento externo y casi calcado con el que luego de las elecciones el gobierno adoptó como base para su política petrolera.
La anécdota la rescata Mario Morando, autor de la recientemente publicada biografía de Rogelio Frigerio, libro de lectura obligada para quienes quieran conocer de primera mano algunos de los capítulos más destacados de la larga batalla que viene sosteniendo el país para alcanzar el autoabastecimiento. Batalla en la que la producción nacional ha salido perdiendo casi siempre, independientemente del color político y la ideología de los diferentes partidos que nos han gobernado.
La situación de hoy en día no es, conceptualmente, demasiado diferente a la de medio siglo atrás cuando las discusiones en torno a cómo resolver la cuestión energética llenaban las columnas de los diarios y encendían los debates en las charlas de café. La ideología siempre se antepuso al realismo y el adjetivo descalificador sustituyó el escaso contenido técnico ó solución práctica para resolver el problema.
La exagerada participación de los combustibles en el total de las importaciones casi un 30 % entonces, se volverá a alcanzar en pocos años más de seguir creciendo el consumo que hoy ya suma el 17% de nuestras importaciones. En el pasado y durante décadas, el déficit energético modeló el patrón de desarrollo, caracterizándolo por una interminable sucesión de avances y retrocesos derivados de las recurrentes crisis de balanza de pagos originadas en el faltante de energía.
Hoy nos enfrentamos con un escenario bastante parecido. El cepo cambiario, los cortes de energía eléctrica en el verano, la carencia de gas en los inviernos, es siempre parte integral de la misma historia cuyo común denominador es la insuficiencia energética, que frena el desarrollo de las actividades productivas y restringe las necesidades de consumo de la población.
La insuficiencia energética es ante todo y por sobre todo, el resultado de no reconocer la naturaleza capital intensiva de la actividad. Cualquier actividad capital intensiva demanda el acceso permanente y continuo a un mercado de capitales amplio y abierto, cuestión en la que el país está en falta desde hace largo rato y a la que se resiste encontrarle solución adecuada. Sin acceso al capital de riesgo y al financiamiento barato de largo plazo, resulta difícil el desarrollo de la energía y de toda la infraestructura que el país necesita. Hace décadas que venimos padeciendo esa carencia y es poco lo hecho para revertir la situación. Y aún ese poco también exige de una mirada más adulta del problema. La inversión en energía, desde la etapa minera de la exploración y extracción hasta la etapa comercial de su distribución por redes o puntos de venta, requiere de precios que tornen atractivo y racional el riesgo de invertir.
Sin un precio atractivo que compense el riesgo y la remuneración de las actividades desde la exploración hasta la distribución domiciliaria de las diversas formas de energía, ni la empresa privada ni la pública conseguirá el financiamiento adecuado o inversores asociados para la explotación de los emprendimientos. Es alrededor de este punto donde gira la problemática que invariablemente condujo a la producción insuficiente y a la consecuente necesidad de recurrir a la importación.
Un cultor de las teorías conspirativas, seguramente encontrará argumentos como para componer una saga memorable, detallando la cantidad de veces que hemos tropezado y seguimos tropezando con la misma piedra. Insistimos con importar lo que podemos producir en el país e insistimos en pagar con dólares lo que podríamos pagar con pesos. Sin contar con el trabajo y riqueza que se genera en nuestro territorio. Importar en cambio, no requiere prácticamente de inversiones, el producto solamente se despacha si previamente se emitieron las cartas de crédito o las garantías bancarias de pago y se cobra no bien se entregó el producto en el puerto, cuando no con anterioridad. Ni siquiera un tsunami que hunda el barco conmueve al importador, ya que existe un seguro que cubre la operatoria, cuyo costo generalmente también paga el comprador final.
Algo tendrá que cambiar si queremos que el país cambie, para resolver de una vez y para siempre el drama de los veranos sin energía eléctrica, los inviernos sin gas y un dólar que se encarece todos los me ses arrastrando los precios de los restantes bienes y servicios porque no somos capaces de generar nosotros mismos la energía que consumimos.