

Continúan las repercusiones y los análisis de rigor sobre la manifestación del jueves pasado. En este caso, confluyen la mirada de los medios y las redes sociales por un lado; por otro, los destinatarios de los reclamos. Vía cacerolas, pancartas, banderas, sumado a alguna vedette que quiso sacar rédito, la marcha convocada por redes sociales y amplificada por algunos medios de comunicación logró su cometido: que algunos hablemos, que otros interpreten y que los 40 millones en mayor o menor medida sepan que algo pasó.
Teóricos de la comunicación sostienen que vivimos en un nuevo ecosistema. Donde la web 2.0 se nos presenta como una nueva manera de pensar la comunicación. No alcanza con un tener un sitio web sino es necesario entender el universo de las relaciones personales que interactúan en las redes y participar activamente. Así como Obama y McCain en la campaña del 2008 usaron las herramientas 2.0. Pero sólo Obama se adueñó de ellas. En este caso, la movilización convocada vía redes sociales tuvo eco y pregnancia porque había espacio y coyuntura que acompañaron.
Esta manera de comunicarse tiene menor cantidad de filtros, está orientada a la inclusión y es mucho más descentralizada. ¿Rompe la intermediación de los medios? ¿O emerge porqué siente que reflejan la realidad? Ese formato de comunicación tipo vertical -de uno hacia muchos- que plantean los medios está virando o se complementa con uno más horizontal: de muchos emisores a infinidad de receptores. Con esto se pierde el control riguroso del mensaje y todo queda en evidencia. Las paradojas de estos nuevos medios, principalmente Twitter es que atenta contra la intermediación pero al mismo tiempo le da vida y respiro a los medios tradicionales, obligados a mostrar lo que un momento no vieron como hecho noticioso. Los medios tienen su lugar: El ciudadano puede querer información de primera mano y sin filtros pero cuando busca credibilidad y todavía acude a los medios tradicionales.
No está demás validar que el termómetro de la opinión pública tiene relación con la gestión de gobierno y con las características del contexto. En Argentina, el primer punto guarda relación con las condiciones económicas y con las políticas públicas. Estas últimas a lo largo de la historia más reciente fueron de tipo reactivas y en vez de calmar los ánimos accionaron como combustible a ese reclamo.
La alta volatilidad de la opinión pública en nuestro país deja entrever una mirada cortoplacista que el argentino medio ha desarrollado para sobrellevar el día a día. Esto en perspectiva desemboca en lo que algunos autores sostienen como oleajes de la opinión pública.
Desde el reinicio de la democracia podríamos calificar como cambiante la valoración de los ciudadanos hacia las gestión de los gobiernos. Ciclos cortos, donde el movimiento pendular iba del enamoramiento inicial al rechazo, hastío y posterior depresión... De la euforia al descrédito.
Surge aquí otro caso de moneda corriente. Cuando los presidentes asumen el gobierno su agenda pública está en consonancia con la de la gente, aferrándose a ella como bastión. Ahora bien, la opinión pública: pendular, cambiante y dinámica, establece otra demanda cuando siente que aquella inicial ya fue resuelta. En respuesta, el gobierno, no puede, no siente o no quiere modificar el curso trazado. Resultado: Aumenta la desconexión con su electorado, los pone en la vereda de enfrente, e incluso aquellos atributos que enamoraron, hoy golpean el liderazgo.
Desde 1984, el sociólogo Manuel Mora y Araujo, medía la valoración de los diferentes grupos sociales. De aquí podemos tomar otros puntos de referencia. Principalmente, aquel que refleja que la ciudadanía no se siente representada por las personas a quien cada dos años otorga su voto. Piqueteros, Sindicalistas y Políticos sufren el escarnio de tener mayor negatividad que valoración positiva. En contrapartida, los grupos responsables de la actividad productiva y los sectores vinculados a la generación de información gozan de mejor imagen. Esto no es una foto, podemos verlo como una película. Son valores que se mantienen a lo largo de los últimos años. Pero cabe destacar que la política como grupo social después de la dictadura gozaba de una imagen superior al 90 % de valoración positiva, hoy sólo tienen el 42%.
Pensar como destinatarios de los ruidos de las cacerolas al gobierno o sus formas es un acto de miopía. Estos grupos que manifestaron, bien vestidos o con harapos también destinaron sus cañones a la oposición. Esa oposición que desde hace años no logra canalizar la demanda de un amplio sector de la población también tiene que darse por aludida. Por eso el sayo es para todos y principalmente deja al descubierto que nada puede taparse. Y que pese a no estar viviendo escenarios como los del 2001, la política y los medios tienen que dar acuse de recibo.











