Un dolor profundo que pone en crisis la existencia misma. Una marca para siempre, con la que hay que aprender a vivir. Historias de vida que se derrumban, objetivos que pierden sentido, familias que se desintegranà todo eso y mucho más es lo que provocan los delitos contra la integridad sexual.
Por su propia naturaleza, todo crimen resulta jurídica y socialmente reprochable. Pero estos delitos se encuentran entre los más abominables y condenables, por sus graves secuelas sobre la víctima y su entorno.
Incluso, en este tipo de hechos, la habitualidad es mucho más frecuente y la reincidencia registra porcentajes alarmantemente mayores, en comparación con otros.
Estudios nacionales e internacionales demuestran que quienes cometen estos crímenes no son, en general, psicóticos ni insanos, ya que comprenden la criminalidad de sus actos, y están en pleno uso de sus facultades mentales en esos momentos. E incluso saben de antemano que estos actos dejan consecuencias imborrables.
En tanto las víctimas, muchas veces, sufren en silencio. Y, cuando deciden recorrer el camino de la búsqueda de Justicia, frecuentemente chocan con un sistema hostil, que les pone obstáculos casi insalvables a cada paso, al punto de pasar casi dialécticamente de víctima a victimario. En lugar de centrarse en el castigo a su agresor.
Lamentablemente, algunos magistrados toman posición frente a estos actos aberrantes, protegiendo al abusador, al no darle la debida dimensión al sufrimiento de las víctimas, sus familias y la sociedad. ¿Hasta cuándo?
Y seguimos sosteniendo un sistema judicial en el que se premia a los delincuentes sexuales con libertades anticipadas, salidas transitorias, reducción de condenas, mientras las víctimas son estigmatizadas. ¿Hasta cuándo?
Somos pocos aún los que levantamos la voz para exigir que se terminen los atropellos de los jueces que, con sus decisiones, nos muestran que creen estar más cerca de Dios que del mundo terrenal en el que nos encontramos todos. ¿Hasta cuándo?
Mientras tanto, todos somos víctimas del peor abuso de poder, el de los delitos sexuales.