El embajador artículo quinto Jorge Asís lo diría de la siguiente manera: la presidenta Cristina Fernández de Kirchner tiene el boleto picado. Se trata de un recurso semántico para afirmar que no podrá ser otra vez reelecta. Y significa todavía más: que su poder se le está empezando a diluir de manera considerable. Y no es tanto la pequeña rebeldía del gobernador Daniel Scioli o la campaña de diferenciación del mandatario de Córdoba, José Manuel de la Sota, o la fuente crítica del José Eseverri, intendente de Olavarría por el Frente para la Victoria, lo que demuestra que cada vez se le animan más dirigentes.
El gran dato del verano es que tres artistas populares se atrevieron a decir de la Presidenta cosas que muchos piensan pero que pocos habían expresado por temor a las represalias. Es verdad que lo de Miguel Del Sel fue una barbaridad y merece ser repudiado. Decir vieja hija de puta a cualquiera es una falta de respeto imperdonable. Hacerlo con la Presidenta también. Es un insulto de una violencia inusitada. Y le da pie no solo a la jefa de Estado sino a todos sus voceros para victimizarse de una manera justificada. Además gatilla réplicas iguales o peores, contra Del Sel, Macri y toda la dirigencia de PRO.
Dicho esto, el efecto político que disparó el insulto debe ser analizado con cierta frialdad. Y la verdad es que provoca identificación entre los antiK más recalcitrantes y la sensación de que si Del Sel lo piensa o lo dice, muchos pueden estar autorizados a pensarlo y a repetirlo también. Es decir: que Del Sel expresa lo que siente una parte del pueblo. Algo parecido sucede con las afirmaciones de Enrique Pinti al periodista del diario Muy. Pinti puso a la Presidenta del lado de los malos cuando habló del corralito, de la crisis financiera de 2008, del cepo cambiario y de la pesificación. Haberla calificado de esta loca no fue agradable ni feliz. Pero en este caso hay que reconocer que Pinti nunca fue distinto. Y que hasta 2007, cuando decidió llamarse a silencio vaya a saber porqué motivo, criticaba con mucha acidez y con su lenguaje habitual tanto a Néstor Kirchner como a su esposa, sin que nadie hubiera puesto el grito en el cielo.
La pregunta de Ricardo Darín sobre el crecimiento patrimonial de los Kirchner transita por el mismo camino. Se la hacen todo el tiempo quienes jamás la votarían de nuevo, pero también muchos de los que estuvieron entre el 54 por ciento que la eligieron en octubre de 2011.
El aumento de la fortuna de la jefa de Estado y su marido nunca fue explicado. Ni en el expediente que Noberto Oyarbide cerró en tiempo récord ni en ningún otro organismo pertinente, como la Oficina Anticorrupción. Tampoco fue aclarado de manera pública. Ni por cadena oficial ni a través de Twitter.
La preocupación del gobierno en general y de la Presidenta en particular por la aparición de estas críticas tienen una lógica implacable. Porque no vienen desde de oposición política tradicional sino desde un lugar donde el cristinismo era amo y señor: la cultura nacional y popular. Es verdad que Del Sel es un hombre de Macri, quien, según las encuestas, es el principal dirigente opositor a este gobierno. Pero también es cierto que el exMidachi es más visto como un humorista de alto impacto y lenguaje coloquial, que como un futuro diputado nacional o gobernador de la provincia de Santa Fe. El nivel de penetración masiva que tiene la mirada de Pinti no es ninguna novedad. Y la admiración y el respeto que genera Darín entre la mayoría de los argentinos, sean estos no votantes o fans de Cristina también es indiscutible. Por eso le hace a la jefa de Estado tanto daño político. Porque aparecieron fuera del registro y del escenario de batalla en que Ella siempre llevó las de ganar. La desproporcionada y agresiva respuesta a Darín fue muy inapropiada, pero tuvo un objetivo político urgente: impedir que críticas o miradas idénticas al protagonista de Nueve Reinas se multipliquen y se transformen en cotidianas y naturales. Tiene el mismo sentido la investigación que quiere iniciar el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación) para que el exabrupto de Del Sel no se convierta en moneda corriente entre los artistas y humoristas que piensan como el cómico que nació en la provincia de Santa Fe.
El gran temor de Cristina Fernández y los que alientan la re-re no es solo el nuevo terreno donde la invitan a jugar Scioli o el intendente de Tigre, Sergio Massa. Es, también, la decisión de Marcelo Tinelli de hacer humor político, con la imitación de la Presidente como condimento fundamental. ¿La harán simpática, tolerante y conciliadora, como apareció antes de las últimas elecciones presidenciales o la presentarán agresiva, amenazante y descalificadora, como se presentó en las últimas cadenas nacionales?
Los cerebros mediáticos del gobierno creen que Carlos Menem y Fernando De la Rúa empezaron a ser despreciados cuando el humor popular se animó a ponerlos en ridículo y la sociedad los empezó a ver casi como una caricatura. No tienen muy en claro si fueron los expresidentes, con sus decisiones, los que se ganaron el desprecio popular, o las pantomimas que se hicieron sobre ellos los que le quitaron buena imagen y millones de votos.
Pero no están dispuestos a entregar a Cristina así nomás. Por eso están más atentos a cualquier adjetivo que venga de cualquier artista popular que de la crítica por el manejo de la economía, el salto del dólar paralelo o el memorándum de entendimiento con Irán por el atentado contra la AMIA.