El Nuncio Apostólico, monseñor Adriano Bernardini, dejó días atrás de lado por un instante la habitual discreción con que los representantes del Papa suelen manejar sus responsabilidades en los países en que se desempeñan y se dirigió con nitidez al ámbito eclesiástico, dignatarios incluidos, en una alocución pronunciada en la apertura de una reunión de las Obras Misionales Pontificias, en Buenos Aires.
Asistimos hoy a un ensañamiento muy especial contra la Iglesia Católica en general y el Santo Padre en particular, aseguró el Nuncio, quien historió situaciones similares vividas por los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, y no dudó en estimar que si queremos ser sinceros, debemos reconocer que año tras año ha aumentado entre teólogos y religiosos, hermanas y obispos el grupo de cuantos están convencidos de que la pertenencia a la Iglesia no comporta el conocimiento y la adhesión a una doctrina objetiva.
Para Bernardini se ha afirmado un catolicismo á la carte, en el cual cada uno elige la porción que prefiere y rechaza el plato que considera indigesto; un catolicismo dominado por la confusión de los roles, con sacerdotes que no se aplican con empeño a la celebración de la Misa y a las confesiones de los penitentes y prefieren hacer otra cosa.
El Nuncio fue aún más allá y relacionó el amor del Papa por la Verdad con la aversión y diría casi persecución al Santo Padre, una aversión que tiene como consecuencia práctica que se sienta solo y un poco abandonado. ¿Abandonado por quién? Abandonado por los opositores a la Verdad, pero sobre todo por ciertos sacerdotes y religiosos, no sólo obispos; no por los fieles, y remató su concepto al subrayar que el clero está atravesando una cierta crisis, en el Episcopado prevalece un bajo perfil, y no obstante los fieles de Cristo están con todo su entusiasmo. Hay un sorprendente punto de solidez entre el Papa Benedicto y el pueblo.
Los Nuncios cumplen una doble función: por una parte son diplomáticos, y como tales deben promover y favorecer las relaciones entre la santa sede y el país ante el cual se han acreditado. Por la otra, la intraeclesial, el cometido más importante a su cargo es informar a Roma sobre las condiciones en que se desenvuelve la vida de la Iglesia local y colaborar tanto con la Conferencia Episcopal como con cada obispo.
Las palabras del arzobispo Bernardini, que no tuvieron mayor difusión fuera de la Iglesia, fueron pronunciadas apenas días después de que la Comisión Ejecutiva del Episcopado argentino (cardenal Bergoglio, arzobispos Villalba y Arancedo, obispo Eguía Seguí) pasara una semana en Roma tomando contacto con distintas dependencias vaticanas y fuera recibida en audiencia por Benedicto XVI, mientras distintos voceros oficiosos hacían trascender en Buenos Aires que el viaje buscaba superar intrigas y delaciones que -se dijo-afectaban la relación de la Iglesia argentina con el Vaticano y de algunos obispos entre sí.
Al margen del estilo reticente de algunos de esos portavoces, está claro que quienes vienen generando en mayor medida ese disgusto en el sector autodenominado moderado de las jerarquías son el cardenal Leonardo Sandri, argentino, encargado de la relación de Roma con las iglesias cristianas orientales, y el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer. Al nuncio Bernardini suele ubicárselo cerca de las posiciones de ambos dignatarios mencionados.
Toda esta situación debe ser inscripta en un 2011 especialmente electoral para los obispos: como ciudadanos elegirán autoridades nacionales y provinciales y como Episcopado, reunidos en asamblea, votarán en noviembre al futuro presidente de la Conferencia, que ya no podrá ser Bergoglio por haber completado dos períodos consecutivos en la función. Para agregar elementos al tiempo de cambios, en diciembre el cardenal cumplirá 75 años y deberá presentar su dimisión al Papa.
Como no podría haber sido de otro modo, a los habituales operadores del día a día eclesial se agregaron últimamente algunos observadores próximos al oficialismo, interesados en influir al menos en las decisiones que se tomen en el ámbito vernáculo, ya que a las del Vaticano las saben lejanas, y no sólo en lo geográfico.