

La mina de oro de Serra Pelada, conocida por ser la excavación artesanal a cielo abierto más grande en la historia de Brasil, enfrenta enormes obstáculos para recuperar su esplendor. Los esfuerzos por reactivar la actividad minera se ven frenados por conflictos internos entre los propios mineros, un gran pasivo financiero y estrictas regulaciones ambientales.
Este pequeño núcleo urbano en la Amazonía es un vívido ejemplo de la fiebre del oro, donde la población local aún confía en la minería como motor de su porvenir. Esta esperanza choca con la creciente inquietud de las autoridades respecto a la contaminación ambiental generada por la extracción de recursos, sobre todo cuando se realiza de manera informal.
El estado de Pará, donde se ubica Serra Pelada, se encuentra en una encrucijada, ya que su economía depende de la explotación de recursos naturales, mientras que se prepara para ser la sede de la próxima cumbre climática de la ONU (COP30) en noviembre, un evento centrado en la sostenibilidad.
La región que está “a tres metros del oro” para convertirse en potencia mundial
“Estamos a solo tres metros del oro”, asegura a EFE Chico Osório, un veterano minero, mientras observa el túnel clandestino que ha excavado cerca del antiguo yacimiento. A sus 62 años, y a pesar de usar muletas, este hombre no dudó en descender en un rudimentario elevador para inspeccionar el progreso de la perforación.
Osório es considerado una leyenda viva de Serra Pelada, a donde llegó en 1982 atraído por las noticias del hallazgo. En aquel entonces, decenas de miles de personas trabajaban sin descanso en las laderas de la mina.
Subían los llamados escalones “Adiós mamita” (apodo que refleja su peligrosidad) con sacos de roca de hasta cincuenta kilos para procesarlos, soñando con hallar pepitas brillantes. Hoy, la profunda sima de más de 150 metros de la antigua mina está inundada, pareciendo un lago sereno.
Osório fue afortunado, extrayendo cerca de 700 kilos de oro. Invirtió parte en la compra de dos avionetas y maquinaria, depositando el resto en un banco. Sin embargo, en 1992 el Gobierno clausuró la mina por motivos de seguridad y por la disminución de la producción. El banco de Osório quebró, y de sus cuantiosas inversiones solo le quedan la excavación actual y una maquinaria defectuosa: el cable de descenso está deteriorándose y la trituradora acaba de fallar. A pesar de todo, mantiene el optimismo: “La parte más difícil es alcanzar el oro; después, el dinero y el equipo de calidad llegan solos”.
Lucha de liderazgo y minería ilegal
Las estrategias para el relanzamiento de la mina están paralizadas. La presidencia de la cooperativa es objeto de constantes disputas, Deuzita Rodrigues fue reelegida a su cargo en agosto tras una orden judicial que anuló su destitución previa.
Además, la cooperativa arrastra una deuda laboral de 51 millones de reales, unos 10 millones de dólares, lo que mantiene sus licencias embargadas hasta que cumpla con sus obligaciones pendientes.

Muchos de los antiguos mineros, como Osório, permanecen en Serra Pelada, pasando el tiempo en la sede de la cooperativa a la espera de un cambio. Cansados de la inacción, algunos han optado por la extracción clandestina, utilizando métodos perjudiciales para el medio ambiente, como el mercurio para aislar el oro, contaminando gravemente ríos y acuíferos.
A pesar de las redadas policiales contra esta práctica ilegal, el comerciante local Carlos Aurélio, de 65 años, revela a EFE que sigue recibiendo un promedio semanal de doscientos gramos de pepitas. Aunque lejos de las toneladas extraídas en el apogeo, esto confirma que el subsuelo de la región aún guarda riquezas.
Con información de EFE













