Si la tregua nuclear que acordó Irán con las potencias occidentales lideradas por Estados Unidos llega finalmente a buen puerto, Barack Obama se habrá ganado un lugar de éxito en la historia, después de más de ocho años de infructuosas negociaciones. Pero el futuro próximo vaticina un frente político cargado de tensiones.


Obama no sólo deberá enfrentar la oposición de los republicanos, que al igual que el gobierno de Israel y de Arabia Saudita consideran que este acuerdo es un fracaso, sino que dentro de su propio partido son varios los legisladores que no han mostrado optimismo por un pacto que pone lo pelos de punta al poderoso lobby judío en el Congreso.


Los opositores sostienen que las promesas de Irán son una nueva trampa para ganar tiempo y recuperar la economía asfixiada por las sanciones internacionales. De esta manera el régimen lograría evitar una revuelta interna provocada una inflación que se calcula en 40% y los altos índices de desocupación. Pero una vez aplacadas las tensiones internas volvería a sus planes iniciales, aseguran.


Más allá de la cuestión nuclear, lo que también entra a tallar en este ajedrez internacional es el millonario mercado petrolero. País miembro de la OPEP, Irán, con 74 millones de habitantes, tiene inmensas reservas de crudo todavía sin explotar y su regreso pleno al mercado puede generar cambios. Este acuerdo tendrá incidencia también en el régimen de Siria y en los milicianos del Hezbollah, ambos respaldados por Teherán. En los seis meses que dure la tregua se sabe que aquellos países más directamente afectados pondrán sus mejores habilidades para llevar agua a su molino.


Lo que está en juego no es solo la posible reinserción internacional de Irán luego de 35 años de aislamiento, o el triunfo diplomático de un presidente norteamericano, o cómo será el nuevo balance de fuerzas en Medio Oriente.


Lo que verdaderamente importa es si con este pacto nos acercamos a un mundo más pacífico o uno inmensamente más peligroso.