Al ver el índice de percepción de corrupción realizado por Transparencia Internacional (TI) cuesta creer que Rusia y Finlandia hayan estado unidas hasta hace poco más de 100 años. Es que mientras la primera se transformó en una de las naciones con peores índices de corrupción -ocupa el lugar 129 sobre un total de 180- bajo el interminable liderazgo de Vladimir Putin, la segunda es un ejemplo de transparencia ocupando el tercer escalón del ranking.
Pero, ¿cómo llegó Finlandia a volverse un estado tan transparente mientras que sus contrapartes rusos-que se encargaron de establecer las bases del estado en dicho país- califican tan mal en el ranking de TI?
UN PROCESO REVOLUCIONARIO DIFÍCIL
La primera razón para esta gran diferencia entre los finlandeses y los rusos se da en el proceso de revolución que culminó en la independencia de Finlandia, el cual tuvo tres etapas.
En una primera se liberaron del mandato ruso mientras que el Zar-emperador del Imperio Ruso- peleaba contra la revolución comunista Bolchevique que lo terminó sacando del poder.
Casi inmediatamente después de esto, el país sufrió una fuerte guerra civil entre una facción "roja" afín al régimen socialista que se había instaurado en Rusia y una "blanca" que respondía a los partidos conservadores. El conflicto dejó miles de muertos y generó una fuerte división social entre los finlandeses, que se fue superando paulatinamente.
Por último, un segundo legado de este conflicto fue un compromiso por parte de los políticos que tomaron el país para llevar al mismo hacia un futuro de "prosperidad y desarrollo" mediante la utilización de una democracia parlamentaria estable y abierta.
FINLANDIA, EL EJEMPLO A SEGUIR
Actualmente este compromiso sigue activo y se volvió aún más importante, con los políticos de Finlandia siendo observados en todo momento y teniendo casi ninguna oportunidad para realizar actos de corrupción.
Esto mismo se vio en junio, cuando estalló un escándalo en el país debido a que se informó sobre que la primera ministra Sanna Marin gastaba unos 850 euros mensuales (unos 30 euros diarios) para el desayuno de su círculo familiar en la residencia oficial, a pesar de que el Estado finlandés no debería cubrir dichos gastos.
Tras la noticia, Marin estuvo cerca de perder el apoyo del Parlamento e incluso pidió disculpas públicas por lo sucedido, asegurando que todo el dinero gastado desde que asumió sería devuelto a las arcas públicas inmediatamente.