

Sobrevivió a media docena de atentados, gobernó su país con mano férrea durante 30 años, recibió formación militar en la Unión Soviética, logró durante años mantenerse en el difícil equilibrio presidir un país árabe y al mismo tiempo ser aliado de Occidente, Hosni Mubarak, ex presidente de Egipto, quedó ayer, a los 84 años, en estado de muerte clínica después de haber sufrido una embolia cerebral y un infarto.
El ex rais cumplía una condena a cadena perpetua por la muerte de 850 manifestantes en la violenta represión contra las protestas que terminaron con su derrocamiento en febrero de 2011. Parte de la denominada ‘Primavera árabe‘, estas protestas que comenzaron en Tunez y se extendieron rápidamente por diversos países árabes cuyo denominador común era la crisis económica que afectaba fundamentalmente a los más jóvenes y la corrupción de los gobernantes. En el caso de Egipto, el 40% de sus 80 millones de habitantes vive en la pobreza, mientras que la fortuna de Mubarak ascendía a los u$s 70.000 millones, según se calculó al final de su gobierno.
Mubarak asumió la presidencia de su país en 1981 tras el asesinato de Anuar el Sadat de quien era su vicepresidente y logró permanecer en su cargo mediante referendos convocados en 1987, 1993 y 1999. En 2005 llamó a elecciones pero el resultado se conoció con demasiada anticipación. Mubarak necesitaba un poco más de tiempo en la presidencia para prepararle el terreno para que lo sucediera su hijo Gamal.
Atrás quedaron los tiempos en que era visto como un estadista empeñado en buscar soluciones pacíficas al conflicto árabe-israelí. Cuando Irak invadió Kuwait, en 1991, Egipto se unió a Occidente en contra de los intentos expansionistas del entonces presidente Saddam Hussein, y para Estados Unidos fue su aliado incondicional en esa región del mundo, pese a que su gobierno se caracterizaba por la represión policial y la falta de libertades civiles. Sin embargo esa cercana relación fue mostrando fisuras a medida que se fueron haciendo públicos los cada vez más escandalosos hechos de corrupción de su gobierno y su entorno.
La vida de Mubarak se apaga en un momento de alta tensión política en su país y mientras decenas de miles de egipcios, fundamentalmente los seguidores de los Hermanos Musulmanes se manifestaban en la emblemática plaza Tahrir cairota para denunciar el ’’golpe constitucional’’ de la Junta Militar, que por decreto se arrogó prerrogativas que aumentan su poder y limitan los del futuro presidente del país norafricano. Tras las primeras elecciones libres, cuya segunda vuelta se celebro el domingo pasado, el candidato de los islamistas Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi se atribuyó la victoria frente al último primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafik, cercano al poder militar.
Los islamistas tienen un amplio arraigo en la población egipcia, principalmente entre los más pobres, aquellos que nacieron y crecieron en un país cuyo presidente acumuló tanto poder, que le llamaban faraón.













