Los países escandinavos fueron, en las últimas décadas, el modelo de socialdemocracia al que muchos grupos de izquierda alrededor del mundo apelaban para demostrar el éxito de los modelos de redistribución de la riqueza a partir de un Estado eficiente.

Sin embargo, con la victoria de Erna Soldberg en Noruega el domingo pasado, el bloque de países nórdicos consiguió su póker conservador. Lo completan Frederik Reinfeldt en Suecia, Jyrki Katainen en Finlandia y Davio Gunnlaugsson en Islandia.

La crisis en Europa generó reacciones en los países más igualitarios del Viejo Continente, donde comenzó un incipiente espiral de desocupación, o como en Islandia, una severa crisis económica.

El voto de la población escandinava tiene también otro componente algo perturbador: el éxito de algunos partidos de extrema derecha, como el partido del Partido del Progreso en Noruega, una agrupación de extrema derecha de la que fue miembro Andres Berivik, -el autor del atentado contra un grupo juvenil que acampaba en la isla de Utoya, que dejó un saldo de 77 muertos- y que se puede convertir en parte de la nueva coalición de gobierno. La masiva llegada de inmigrantes, incluidos los de los países del sur de Europa, está provocando reacciones indeseadas.

Y aunque sólo con la excepción de Finlandia que forma parte la Zona Euro y a pesar de que Suecia participa de la Comunidad Europea, todos los gobiernos tienen en común una posición reacia a la integración con sus vecinos.

Por lo pronto el programa de deshielo nórdico incluye: fuertes recortes al gasto social y a los servicios gratuitos, promesas de suba de la edad de jubilación, rebaja de impuestos a las empresas con la promesa de fomentar la creación de empleo. Y en el caso de Noruega el apoyo a la energía nuclear.