El presidente Juan Manuel Santos ha intentado convencer a los colombianos de que hay una oportunidad real de lograr la paz y de que hoy pueden respaldar ese proceso eligiéndole.
Asi, el fantasma del narcoestado eregido por Pablo Escobar y la desigualdad económica en el país supone otros de los mayores desafíos para el futuro mandario.
El uribismo y su candidato a la presidencia, Óscar Iván Zuluaga, han abanderado suspender ese diálogo hasta que la guerrilla “cese en sus acciones criminales”. Ambos están empatados en las encuestas, en un ambiente muy polarizado y salpicado de escándalos que ha eclipsado a los otros tres candidatos y arrumbado debates que también importan en la calle, como la inseguridad ciudadana, la mejora de la educación y la sanidad.
Santos ha apostado la reelección y su carrera política al éxito de las negociaciones de paz con la guerrilla. Tras llevar meses encallada en el asunto del narcotráfico, la mesa de diálogo dio oxígeno político a Santos hace nueve días y anunció un nuevo avance en la agenda, que deja para después de las elecciones el asunto central de la justicia y la reparación de las víctimas. Es el más delicado para los ciudadanos y, también, la línea de flotación que ha intentado torpedear el uribismo, apelando a una “paz sin impunidad” y exigiendo que los cabecillas de la muy denostada guerrilla vayan a la cárcel. El expresidente lvaro Uribe (2002-2010), todavía muy popular, se ha dedicado a hostigar de modo implacable el proceso y de refutar la idea de que Santos es un traidor castrochavista en comparación con su heredero político, Zuluaga.
Santos tiene un enorme apoyo internacional para terminar con una guerra que ha causado 220.000 muertos y casi seis millones de desplazados. De tener éxito el plan –y parece claro que es el intento mejor encaminado para lograrlo--, supondría una enorme transformación política, un primer paso hacia la normalidad, después de cincuenta años de guerra. La paz, calcula el Gobierno, tendría un impacto directo sobre el PIB, haciéndolo aumentar entre 1,5 y 2 puntos porcentuales. Pero los colombianos están divididos. Para muchos, en las ciudades, el diálogo no es tan prioritario, aunque la mayoría quiere que siga adelante, según las encuestas. Uno de los puntos débiles del presidente, según sus críticos, ha sido su incapacidad para defender bien el proceso de paz, para generar confianza.
En las últimas semanas han estallado escándalos en las dos campañas que han ensuciado el debate. Hackers, filtraciones, vídeos y guerra sucia han acaparado la atención, mientras las propuestas han quedado en segundo plano en uno de los países más desiguales de América Latina y del mundo. La campaña de Santos se ha visto afectada por una acusación de Uribe de haber recibido dinero del narco para financiar su campaña presidencial de 2010; la de Zuluaga, por un vídeo en el que se le ve hablando con un espía informático de cómo utilizar información militar secreta como arma electoral, algo que él niega.
Para el periodista y escritor Fernando Quiroz esto muestra que no se debaten ideas, las propuestas pasaron a un segundo plano y el protagonismo lo tienen los ataques frontales, lo que ha confundido al electorado. “Nunca había encontrado tanta duda de la gente como en estas elecciones, porque no sabe, en el fondo, qué es lo que proponen los candidatos. Tampoco había visto que tanta gente votara sin estar suficientemente convencida y simplemente lo hace por evitar el mal mayor. Es la tristeza enorme de quedarse con lo menos malo”, dice.
Aunque hasta ahora las encuestas pronostican un empate técnico entre Santos y Zuluaga, hoy se sabrá cuál ha sido el impacto de la crispación electoral y los escándalos. Cerca de 33 millones de colombianos están habilitados para votar en unas elecciones que se espera transcurran sin alteraciones, después que las FARC y el ELN, la segunda guerrilla colombiana, anunciaran un alto el fuego por los comicios.